A mi familia Andrade Álvarez
Brenda y el Ecuador del 2019 se sienten tan lejanos que ni ellos mismos sabían lo valientes que fueron por atreverse a soñar en alto.
Para aquel entonces, siempre apoyaba la escena independiente de Guayaquil. Asistía a festivales y eventos, e incluso llegué a participar en algunos como invitada, gracias a amigos músicos que tenían sus bandas emergentes. Sin embargo, nunca sentí una conexión real con la música que ellos tocaban. Los admiraba mucho por su coraje al proponer, pero para mí, se sentía como agua y aceite. Fue entonces cuando sentí el llamado de iniciar un nuevo ciclo y emprender el viaje de crear mi propio proyecto musical a nivel profesional, bajo mi conciencia, mi visión, mis canciones, mis gustos y, sobre todo, mi voz.
La música y el canto siempre han sido parte de mi vida. He cantado melodías desde que tenía tres años, motivada por la fuerza y la energía maravillosa de mi mamá.
Mi familia ha sido y sigue siendo uno de los núcleos más importantes para desarrollar el amor que tengo por la música. Ellos son mis grandes maestros y los primeros espectadores de mis interpretaciones.
Con el paso del tiempo, la Brenda de tres años cumplió diez y empecé a cuestionar y entender mi mestizaje serracosteño entre Guayaquil y Otavalo. Escuchaba la música occidental que se consumía en Guayaquil, pero cuando llegaban las reuniones familiares, paraba la oreja para apreciar lo que cantaban mis tíos abuelos Álvarez, haciendo “guerra” con dos guitarras y un chorro de voces al ritmo de boleros, valses y pasillos.
Luego llegaban las vacaciones y nos íbamos para Otavalo (Imbabura, tierra kichwa). Me convertí en espectadora y empecé a redescubrir las melodías del corazón de Imbabura, de la mano de mi otro corazón, mi abuelita Teresa. Recuerdo su figura sentada en la salita de su casa, escuchando a los Benítez – Valencia y cantando a viva voz con un sentimiento tan profundo que, al recordarlo, me cala los huesos.
Así fue como, poco a poco, crecí y fui descubriendo también la música latinoamericana y a las grandes cantoras representativas de América del Sur. Me enamoré más de la idea de que hay que cantar con sentido.
Este propósito me llevó a cuestionar: ¿Por qué alzo mi voz? ¿Por qué estoy cantando? ¿Qué significa ser una cantante y, además, ecuatoriana? Preguntas que no tenían respuestas en ese momento, porque apenas estaba empezando mi camino.
Sabía que tendría que dedicar tiempo, corazón y esfuerzo a mi música, así que comencé a componer por las noches, mientras durante el día trabajaba. Luego, iba a clases y llegaba a casa tipo 11 de la noche, emocionada, a cantar y componer. En ese entonces, vivía en Guayaquil junto a mi mamá y mi hermano. Empezaba mi tesis para graduarme de la universidad, trabajaba a tiempo completo como redactora creativa en una agencia de marketing digital con marcas multinacionales; y, me encontraba en una posición bastante buena en la carrera que había escogido. Ser cantante y artista profesional me parecía una utopía muy lejana.
Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. ¿A qué me refiero? A la libertad de conciencia, de manifestación y de creación. En 2019, Ecuador estaba muy activo, con muchos festivales, eventos y música nueva. La industria musical siempre ha estado en constante crecimiento, influenciada por la tecnología, especialmente por el cambio hacia lo digital y el Internet, en los últimos años.
La música en vivo, principal fuente de ingresos para los músicos en Ecuador, estaba en su mejor momento; todos imparables y en pleno auge. Había shows de artistas nacionales y extranjeros que no solo ofrecían entretenimiento para el público ecuatoriano, sino que también generaban empleo para quienes brindaban infraestructura, como técnicos, empresas de sonido, iluminadores, entre otros.
Los GAD provinciales estaban invirtiendo en las fiestas de sus ciudades, contratando artistas, ecuatorianos o extranjeros. En general, había una actividad artística importante en todo el país. Esto generaba un flujo de dinero que permitía la existencia de producciones y mantenía en movimiento la industria musical.
Todo el mundo lanzaba proyectos nuevos, y yo también era parte de esa energía en nacimiento. Gracias a la conexión y contacto que recibí del músico y productor musical ecuatoriano Danilo Arroyo -con quien sigo trabajando- entendí y creí en la posibilidad de llevar a cabo un proyecto musical profesional y de calidad que tomó forma a mediados de 2019.
Para la primera semana de diciembre de aquel año, pisé por primera vez un estudio de grabación, donde trabajé con músicos excepcionales como Alex Plaza, Carlos Jácome Z., Mario Andrés Gutiérrez y Edwin Gutiérrez, solo por mencionar algunos. Juntos realizamos las primeras grabaciones de lo que sería mi primer proyecto discográfico y próximos lanzamientos musicales. Se sentía como una aventura emocionante que estaba por empezar, con esos nervios “buenos”.
MARCHITAR PARA VOLVER A FLORECER
“Porque después de todo he comprobado
Que no se goza bien de lo gozado
Sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
Que lo que el árbol tiene de florido
Vive de lo que tiene sepultado”
Extracto de un poema de Francisco Luis Bernárdez
Una vez me dijeron que para florecer, hay que marchitarse. Pero, ¿qué partes de uno están listas para dejarse ir? Tras la pandemia, hemos experimentado un renacimiento en el pensamiento y una nueva libertad que nos plantea un solo objetivo: empezar desde cero. La pandemia fue un periodo de reflexión y creación para muchos artistas, incluyéndome.
Desde el 2020 hasta finales de 2021, intenté lanzar mi música y videos musicales, pero las circunstancias no fueron favorables. Fue entonces cuando, junto con mi equipo, decidimos hacer una pausa y concentrarnos en lo esencial: crear, componer y consolidar la visión de mi proyecto musical.
Durante este tiempo de silencio, encontré en la resiliencia y la creatividad el alimento para continuar impulsando a tomar una de las decisiones más importantes de mi vida: renunciar a mi trabajo como redactora creativa durante la pandemia. Mientras muchos buscaban estabilidad, yo elegí dejar atrás lo que no me hacía feliz para seguir mi pasión. “Es ahora o nunca”, me dije a mí misma y a mi familia, abriendo mi corazón. Mis padres y mi hermano, compartiendo mis miedos, me ofrecieron su apoyo incondicional, presente hasta hoy.
Las canciones que compuse y nacieron de este periodo son una manifestación de algo «nuevo», pero con una identidad muy clara, lo que me ha abierto muchas puertas. Es evidente que la cultura ecuatoriana sobrevive y se fortalece a través de la creatividad, y mi compromiso es seguir proponiendo, componiendo y conectando con el público a través de mi música.
En cuanto a la industria, se puede decir que después de la tormenta, siempre sale el sol, y hemos vuelto a un modelo de negocio similar al de la pre-pandemia, con el regreso de los shows en vivo, el pago de regalías y la promoción de música en medios públicos. Sin embargo, hay algo diferente: el Internet ha tomado un papel protagónico, consolidándose como un puente esencial entre los artistas y su audiencia.
UNA NUEVA ERA
Uno de los cambios más significativos después de la pandemia ha sido el regreso de los shows en vivo, en espacios abiertos y cerrados. Este 2024, tuve la oportunidad de realizar mi primera gira a nivel nacional, abriendo los conciertos del Tour En Primer Plano Ecuador 2024, de Juan Fernando Velasco. En siete ciudades, pude palpar y experimentar en mi propia piel la energía eufórica y las expectativas del público, ansioso por revivir la experiencia de los conciertos en vivo.
No ha sido un proceso fácil, pero los artistas estamos comenzando a tocar de nuevo, conectándonos con el público como si fuese la primera vez al igual que los artistas extranjeros que han visitado Ecuador recientemente. Este renacimiento también ha revitalizado a las empresas de sonido y a los técnicos de montaje, sectores que fueron los más golpeados durante la pandemia. Hoy, la música hecha en Ecuador se proyecta al mundo con talento, consolidando una industria potencialmente competente que puede llegar más allá de nuestras fronteras.
REFLEXIÓN PERSONAL
Mis preguntas inciertas al inicio de mi camino poco a poco se han respondido solas. Hoy por hoy sé que alzo mi voz con la libertad de manifestarme como una mujer que ama, siente, llora, ríe, pero que también reconoce y valora su identidad y sus raíces. El Ecuador se ha convertido en mi nuevo maestro, al que admiro y estoy decidida a seguir explorando y aprendiendo conscientemente a través de mi puente más importante: la música.
Este periodo también me ha llevado a una reflexión y a una realidad más profunda sobre las personas que conformamos la comunidad musical ecuatoriana. A pesar de los desafíos, la pandemia nos enseñó que la unión es esencial. Sin embargo, la realidad es que nuestra industria musical ecuatoriana sigue dispersa y frágil; cada uno sigue su camino en solitario, en lugar de unificarse bajo un propósito común.
Entender esta fragmentación ha sido una de las lecciones más difíciles de mi caminar, pero también una que invita a la acción. La música ecuatoriana tiene el potencial de crecer y trascender, pero para ello es necesario un esfuerzo colectivo, un renacimiento que no solo sea individual, sino también comunitario. Música ecuatoriana hecha en Ecuador para el mundo.
por Brenda Andrade Álvarez
Cantautora