La ilustración, mi trinchera

25/05/2025

Autor/a:

por Pepa Ilustradora

Este es mi primer intento de escribir una columna de opinión y qué mejor manera que empezar por la importancia vital del arte, la gráfica y la comunicación visual en la humanidad.

Desde que las estrellas pudieron ser identificadas y plasmadas en distintos lugares y cualquier soporte –como las paredes de las cuevas, papiros y hasta en la misma tierra– el arte nos enseña una ruta, una cronología, una historia de los pasos que se han dado y que seguimos dando como personas. No necesitamos ser prodigiosas artistas para expresar en imágenes lo que las letras o las palabras no alcanzan, esa es la belleza y profundidad de dibujar.

Un dibujo es una idea. Y, ¿qué hay detrás de una idea? Un sentir, horas de investigación, mucha exploración, juego, conversación y –espero que– debate. Cuando dibujamos para comunicar, nos atraviesa el alma la responsabilidad de plasmar una idea que perdurará por más que el instante de la creación. Seguramente puede acompañar en momentos de dolor o soledad, también, en empoderamiento, lucha, indignación y ternura. 

La estética es importante, pero no indispensable para poder expresar. El arte no es elitista, el arte existe más allá de visitar los museos o galerías, más allá de consumir obras. El arte es una expresión del alma, de los sentidos, de la realidad que nos ha tocado y que nos atraviesa. Porque la belleza es subjetiva, pero la idea es la rueda para emprender el camino.

La comunicación visual es colectiva, lo digo sin dudar. Si bien el proceso creativo y de ejecución puede ser solitario –como es mi caso– viene cargado de historia, de muchas voces y estímulos cotidianos.  

El lenguaje visual tiene una cualidad profundamente emocional: llega sin pedir permiso, sin necesidad de traducción. Es capaz de atravesar fronteras de idioma, sociales y geográficas; por eso es tan poderoso. Porque puede ser comprendido por una niña que aún no sabe leer, o por una abuela que jamás fue a la escuela. 

Para mí, sin duda, el arte es político. Ya en los años 60 y 70, la segunda ola del feminismo encapsulaba en la frase “lo personal es político” una idea fundamental: que las experiencias individuales y personales están intrínsecamente ligadas a estructuras de poder más amplias y a dinámicas sociales. Cómo no aplicar esta visión a la creación de arte, que es un ejercicio lleno de sinceridad; donde colocamos los sueños y las pesadillas que nos acompañan y que queremos compartir con los más cercanos y los que ni imaginamos que nos acompañan. Juntamos voces en forma de dibujos para generar un discurso que pueda ser amplificado.

Entender el arte como memoria colectiva, es algo que se ha discutido e investigado en espacios académicos y sociales; es un aspecto del arte que no dejará de estar vigente. A través del lenguaje gráfico, las luchas sociales han encontrado una manera de quedar impresas más allá del presente: como archivo visual, como documento sensible, como testimonio. Los trazos creados en el pasado ahora son un mapa, un almanaque, una enciclopedia de lo que en diferentes líneas de tiempo era compartido, a modo de buscar respuestas, hacer una denuncia o solo sacarlo de las entrañas. Esos trazos nos muestran, por ejemplo, a una pequeña niña que desafía con su humor tierno pero filoso a la humanidad y su nombre llega a todos los espacios sin importar el tiempo; estoy hablando, por supuesto, de Mafalda, creada por Joaquín Salvador Lavado, conocido como Quino. Y así, hay tantas formas de retratar la vida y la lucha en la gráfica, aquí unos pocos ejemplos de un universo de trazos: “Persépolis” de Marjane Satrapi, “Maus” de Art Spiegelman, o “Hierba” de Keum Suk Gendry-Kim.

Desde las calles viene Banksy, que interviene el espacio público con imágenes que desnudan la violencia institucional, el capitalismo, la guerra. Sus esténciles son mensajes incómodos que irrumpen en la ciudad como relámpagos de verdad. Con una sola imagen puede desnudar la hipocresía del sistema, cuestionar la industria armamentista o burlarse de los muros que intentan dividir pueblos. Y todo esto, desde el anonimato, lo que también nos habla del valor de la obra por encima del ego. 

En el día a día, encuentro artistas visuales y colectivos artísticos que son un ejemplo latente de la importancia social del lenguaje gráfico. Tenemos, por ejemplo, a Issa Watanabe, que con sus ilustraciones habla muy poderosamente de las migraciones; o también a la ilustradora María Hesse, y su manera única de hablar sobre el placer femenino; y como ellas, tantos más, como Paloma Valdivia, Moderna de Pueblo, 72kilos, Pictoline, Pablo Amargo, Paula Bonet  o el Colectivo Subterráneo en Oaxaca, México; por nombrar unos pocos.

Cuando me invitaron a escribir esta columna pensé en únicamente dibujar, pero tomo el ejercicio de esta escritura como acto de exploración del arte, del arte de comunicar y experimentar. Es una apuesta a la construcción de la expresión de dibujar, ahora con palabras.

Hay muchos caminos para plasmar el arte. Cada una y cada uno elige qué camino tomar o desechar. En mi caso, decido tomar un postura frente a las injusticias, desde mi mirada de mujer feminista, quien quiere generar diálogo, cuestionar e incomodar con poesía visual; revelando voces silenciadas o acompañando la búsqueda de justicia en casos de violencia, migración, cuidado del medio ambiente y, sin duda, una crítica potente a la política, que nos quiere quitar las ganas de soñar y nos obliga a sobrevivir.

Ilustrar es resistir.
Decido resistir.

por Pepa Ilustradora