En el ámbito académico y educativo se discute constantemente sobre el cambio de paradigma en la enseñanza, la adopción de nuevas metodologías innovadoras y la integración de tecnologías de la información y la comunicación. Sin embargo, cada vez más, la educación se aleja de su objetivo primordial: transformar el mundo donde todos podamos vivir con dignidad y justicia. La educación, a menudo, es una plataforma para perpetuar los ideales del capitalismo, adiestrando a la población para convertirla en capital humano que mantiene y perpetúa el statu quo.
La educación musical profesionalizante no es una excepción a esta tendencia. Con frecuencia se prioriza la excelencia académica, la competitividad, la búsqueda de ser el mejor, obtener la técnica perfecta o la musicalidad ideal, pero se ignora la necesidad de integrar, de manera transversal, los principios de justicia social: dignidad humana, el bien común, la solidaridad, la equidad, la tolerancia y justicia.
Inclusive podríamos hablar de que en el ambiente musical académico existen ciertos tipos de violencia, en el ámbito educativo, por ejemplo, se suele discriminar por la edad, a cuanta más edad tengas, se considera que tendrás menos oportunidades de ser un músico profesional. Se desvaloriza a los estudiantes cuyo ritmo de aprendizaje es lento o “problemático”; aprender ciertos instrumentos depende de tu situación económica por el alto costo de estos e inclusive el acceso a la educación musical académica es nula para la población rural.
En esta ocasión, nos enfocaremos en el estilo de la educación musical académica y cómo ésta, perpetúa el sistema tradicional y represivo y afecta directamente a muchos jóvenes estudiantes que muchas veces abandonan su sueño musical y a otros tantos que consagran su carrera musical, terminan inmiscuidos en un ambiente laboral tóxico, donde la competitividad desleal predomina, donde hay falta de solidaridad y empatía, donde el compañerismo y la tolerancia están ausentes.
Además, planteamos alternativas y soluciones a esta problemática, abordando el tema desde la pedagogía de la nueva escuela.
Empecemos por señalar que hace más de un siglo, diversos pedagogos abogaban por un cambio de paradigma educativo alrededor del mundo. Sin embargo, en Latinoamérica, el movimiento es un poco más reciente. El brasileño Paulo Freire, uno de los grandes representantes de la escuela nueva latinoamericana, reflexionó sobre la importancia de reconocer que la escuela no solo debe promover el aprendizaje de conocimientos, sino también preparar a los individuos para comprender y transformar su realidad.
A pesar de estas ideas revolucionarias, el sistema educativo en Ecuador sigue arraigado en prácticas tradicionales. El paradigma de la educación tradicional prevalece, con ciertos matices de «modernización» a través de inclusión en las aulas de herramientas tecnológicas. El ideal de Freire se diluye en un sistema educativo que, aunque en el currículo se establecen los valores humanos como ejes transversales, sigue anclado en prácticas tradicionales.
Por otro lado, en el ámbito de la educación musical, el pedagogo japonés Shinichi Suzuki es conocido por haber desarrollado un método innovador, llamado originalmente método de la lengua materna pero más popularmente conocido como Método Suzuki. Lo que a menudo se pasa por alto es que detrás de este método se encuentra una poderosa filosofía de la enseñanza musical que se alinea con los principios de Freire y otros pedagogos de la escuela nueva.
La filosofía Suzuki se resume en la frase popular de su creador: “La enseñanza de música no es mi propósito principal, deseo formar buenos ciudadanos y seres humanos nobles”. No obstante, al igual que en la enseñanza obligatoria, la educación musical, especialmente en los conservatorios, aún mantiene tintes tradicionalistas que limitan a los estudiantes a una educación más liberadora.
La música, como arte, siempre buscará la excelencia, pero es posible transformar la manera en que se busca este objetivo, adoptando una perspectiva más humana y amorosa. La filosofía Suzuki sostiene que la excelencia académica es fruto de la colaboración entre el profesor, el estudiante y la familia. El éxito no depende únicamente del esfuerzo del estudiante, sino también del ambiente creado por la familia y del papel del profesor como mentor. Es un trabajo en colectivo.
La educación musical también puede y debe enmarcarse en el discurso de Freire: «La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo». Para que esto sea posible, es necesario que los profesores de música opten por un discurso y práctica educativa basados en los principios de la escuela nueva.
Asimismo, es urgente un cambio en las instituciones musicales del país, debe haber una constante comunicación y colaboración entre todos los componentes de la comunidad educativa: profesores, padres de familia, autoridades y estudiantes.
Además, para lograr la excelencia académica musical, es vital que la práctica pedagógica vaya más allá de la exigencia y llegue al corazón del educando y de las familias, que vean a la educación musical como un aprendizaje para la vida, que sensibilice frente a la injusticia, que haga seres más solidarios y empáticos, capaces de comprender y transformar nuestra realidad.
Es fundamental entender que, aunque es crucial que los profesores de música nos capacitemos continuamente en nuevas metodologías y tecnologías para mejorar nuestra labor docente, no debemos olvidar que el objetivo primordial de la educación es formar seres humanos críticos, creativos, reflexivos, conscientes de su rol en la sociedad.
Para ilustrar esta realidad, permítanme compartir mi experiencia como estudiante y profesora de música académica en Ecuador. Comencé mi viaje en la música a los 13 años, una edad considerada tardía en el ámbito de la música académica. A lo largo de mi formación, tuve varios profesores de instrumento y lenguaje musical. En los primeros años, me encontré con docentes apasionados por enseñar y otros cuya motivación parecía ser meramente económica, mostrando indiferencia hacia el proceso de aprendizaje de sus estudiantes.
Más adelante tuve clases con dos profesores altamente recomendados, conocidos por su exigencia y habilidad. A pesar de su reputación, puedo concluir que, aunque eran exigentes, su pedagogía no siempre era adecuada y los valores promovidos no se alineaban con un paradigma educativo humanista.
En algunos momentos, la presión y los estándares elevados casi me llevaron a abandonar la música, aunque, finalmente, superé esas crisis con el apoyo de amigos. Lamentablemente, otros compañeros de clase abandonaron la música debido al enfoque restrictivo de estos profesores, quienes, en lugar de ofrecer apoyo, recurrían a discursos recriminatorios que fomentaban la desmotivación y la frustración, palabras violentas que incluían términos como “no sirves para la música”, “por qué no te dedicas a otra cosa” o “ya no te quiero dar clase”.
Posteriormente, tuve la oportunidad de realizar el curso de Filosofía Suzuki, lo que resultó ser una experiencia enriquecedora. Descubrí un enfoque diferente hacia la educación musical, basado en la empatía y el amor por enseñar y aprender. Comprendí que la Filosofía Suzuki se alinea con la escuela nueva y propone una pedagogía holística que busca la excelencia musical sin sacrificar la dimensión humana de la enseñanza.
En la actualidad, como músico y docente, me esfuerzo por incorporar las filosofías de Freire y Suzuki en mi práctica como profesora de violonchelo. Trabajo para promover una educación musical con valores como el amor, paciencia y la justicia social, y que erradique la discriminación por la edad o el ritmo de aprendizaje. Mi consigna es que todos somos dignos y capaces de aprender música. La educación musical debe ser accesible para todos y siempre es posible cultivar el talento.
Conozco un par de instituciones musicales particulares que han descubierto el mundo de la nueva escuela en educación musical y aplican los principios de Suzuki y Freire en su práctica educativa, una de esas instituciones es el Instituto de Investigación, Educación y Promoción Popular del Ecuador a través de su escuela llamada Programa de Educación del Talento Musical.
Agradezco el nuevo camino musical que atravesé desde que conocí el Método Suzuki. Tuve maestros comprometidos con la educación musical y que integran los más altos valores humanos en su enseñanza. Aprendí que la excelencia académica depende de factores como el ambiente en el que se desenvuelve el estudiante, el apoyo familiar que recibe y la forma en que el profesor aborda la clase. En este último punto, hay que señalar que como docente es importante ser paciente, respetar el ritmo del estudiante, buscar estrategias para resolver algo que no comprende, ser lúdico y amable en las correcciones y aprender a reconocer y felicitar los avances.
Finalmente, el Ecuador necesita más profesores que, a través de la enseñanza musical, formen integralmente a los niños y jóvenes que influirán en el mundo. Ahora, intento ser una de ellas y contagiar a mis colegas de este nuevo paradigma educativo en la música. Espero que, en el futuro, la escuela nueva esté presente en todas y cada una de las instituciones educativas de mi país y que los profesores enseñen con pasión por y para los niños y la juventud.
Por otra parte, el Estado también debe ser partícipe de esta transformación en la educación musical, capacitando a los docentes de conservatorios en pedagogía. Es común que el docente de música se enfoque en su desarrollo personal como músico y no como pedagogo, lo que se ve reflejado en la problemática que hemos tratado.
Sería importante que desde las instituciones estatales se promueva la democratización de la educación musical profesionalizante, construyendo conservatorios en zonas rurales permitiendo así el acceso a la educación musical a la población que ha sido marginada históricamente.
“La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”
Paulo Freire
por María Inés Sánchez
Músico violonchelista y pedagoga