Siempre me ha abismado la superficialidad con la que la academia aborda la búsqueda de inspiración para la creación de colecciones de moda. En la mayoría de los casos, la inspiración se impone desde la dirección de la escuela como un «tema central», y cada estudiante debe encontrar un punto de interés, siguiendo un proceso estructurado: investigación, conceptualización, desarrollo creativo, técnico y, finalmente, la materialización de las piezas. Esta fórmula se repite de manera casi automática, como si el acto de crear fuera un proceso unidireccional aprendido, cuyos resultados varían en la forma más no en la profundidad del contenido.

Este vacío académico, que da lugar a colecciones estéticamente atractivas pero carentes de sentido de fondo, marcó mis 13 años de experiencia universitaria. Durante ese tiempo, sentí una constante frustración que me llevó a cuestionar el orden preestablecido. Así, de manera autodidacta, comencé a explorar nuevas formas de creación. En algunos de mis experimentos opté por trabajar primero con el material, en otros di inicio al proceso desde el patronaje priorizando los aspectos técnicos antes de integrar el contenido simbólico. Fue entonces cuando descubrí que las fases del proceso creativo no tienen por qué seguir un orden fijo. A medida que avanzaba en mis estudios, me percaté de que no existía una verdadera diferencia estructural entre inspirarse en un animal marítimo o en un movimiento artístico como el futurismo, temas propuestos por la escuela. La única variación radicaba en las formas y colores que cada inspiración aportaba a las piezas.
A lo largo de mis experimentos, las respuestas que encontraba siempre traían consigo nuevas preguntas. Esto despertó mi interés por la psicología, lo que me llevó a estudiar el imaginario y la imaginación, entendiendo las ideas como contenedores de simbolismos personales y colectivos. Fue entonces cuando comprendí que cada persona tiene su propio «antes» y «después» en el proceso creativo, lo que lo hace único. Durante este periodo, mis creaciones personales se transformaron, alimentadas por universos internos construidos a partir de recuerdos y sueños. De esa etapa solo quedan bosquejos en papel, ya que mi principal interés no era tanto el resultado final, sino entender lo que ocurría en mi mente cuando creaba..
Mi búsqueda de sentido como diseñadora y la oportunidad de trabajar en vestuario para Ópera iO me llevaron a explorar el vestuario desde la dirección conceptual del director, donde las prendas cobraban vida más allá de su funcionalidad y comunicaban ideas. A lo largo de varias producciones de artes escénicas en el país como vestuarista, esta experiencia transformó mi manera de percibir una prenda.
Paralelamente, al regresar a mis propias creaciones y con la inquietud de comprender cómo los artistas encuentran inspiración, me enfrenté a una diferencia estructural: mientras el diseño sigue una metodología, el arte concibe la inspiración como una conexión casi divina entre el artista y su obra, un impulso o brote de creatividad. Aunque esta visión me resultaba desafiante e intrigante, nunca logró integrarse completamente en mi proceso, pues la funcionalidad seguía siendo un principio esencial en mi perspectiva. No se trataba necesariamente de una funcionalidad utilitaria, sino de un sentido más profundo que traspase lo personal. De lo contrario, sentía que podía dar lugar a obras profundamente personales, pero desconectadas de su contexto social.
Esta inquietud me impulsó a crear mi primera colección, Sangre, que surgió de un «brote creativo» al encontrar una mancha de sangre de mi infancia entre mis cuadernos, un elemento recurrente desde niña. La colección toma la mancha como un símbolo formal, explorándola desde el subconsciente y fusionando su forma con recuerdos abstractos de mi niñez. Fue en esta búsqueda donde comencé a conectar con el contexto social a través del uso de una técnica ancestral de teñido (con cochinilla), que vincularía a la colección con las tradiciones culturales ecuatorianas.
Al comprender que la inspiración va mucho más allá de un solo concepto, entendí que el verdadero reto consiste en articular ideas personales con imaginarios colectivos. Fueron los diálogos con mi hermana mayor los que terminaron de moldear mi comprensión sobre la trascendencia de una obra. Junto a ella, comprendí que el acto de crear es filosófico: no solo aborda lo personal, sino también el contexto que nos rodea.

Este entendimiento de la creación como un acto de pensamiento, llevó a que mi segunda colección, Nila, tuviera un proceso más profundo de investigación conceptual. Inspirada en mi tía abuela, la colección nació del deseo de rendir homenaje a su sutil presencia en nuestras vidas. Sin embargo, al adentrarme en los objetos que heredamos tras su fallecimiento y explorar el arte como un medio para trascender lo individual, terminé sumergiéndome en la cultura que emergió tras la colonización y el mestizaje en América Latina. Así, sin ser creyente, la colección se construyó a partir de elementos relacionados popularmente con la religión en latinoamérica.
Con la experiencia de haber construido colecciones más complejas y desafiantes, tanto para mí como para el espectador, comencé a buscar referentes distintos a los occidentales que nos enseñaban en la universidad. Fue entonces cuando me di cuenta de que la historia latinoamericana era la clave para marcar esa diferencia y que la creación, además de ser un proceso íntimo, es un diálogo constante con el pasado, el presente y el futuro colectivo.
Respirar, mi tercera colección, amplió esta perspectiva al dejar de lado lo personal para profundizar en el lenguaje histórico del color en las culturas andinas. No se trató de una apropiación superficial ni de replicar literalmente sus tejidos -como suele hacerse en muchas propuestas que reducen lo latinoamericano a lo folclórico/estético- y no de comprender la historia y resignificarla.
Fue en esta colección donde me enamoré de la historia. Reflexioné sobre lo poco que se conoce sobre la historia latinoamericana y lo mucho que se difunde la llamada «historia universal», que sistemáticamente anula las realidades paralelas a las europeas. Esto llevó a preguntarme: ¿Qué significa inspirarse en nuestra historia sin caer en estereotipos? ¿Cómo diseñar desde América Latina sin replicar las mismas lógicas occidentales de producción y narración?
Al responder estas preguntas, entendí que mi trabajo debía traspasar lo estético, posicionándose de manera crítica. Así, mi enfoque decolonial es tanto un cuestionamiento a las estructuras impuestas por la moda global como un rescate de narrativas, técnicas y procesos propios de nuestra región. No se trata de un rechazo absoluto a las influencias occidentales, se trata de un diálogo en el que la historia latinoamericana no es un agregado, sino el punto de partida.
Inspirarse es mucho más que extraer ideas o vivir un momento efímero de sensibilidad. Crear va más allá de ser un proceso o una técnica; es un cuestionamiento constante de lo que nos rodea. Más aún, es una forma de posicionarse en el mundo con otras perspectivas hacia el futuro.
Avance, mi cuarta colección, continúa este camino.
por Lía Padilla
Diseñadora