El periodista monárquico Jacques-Marie Boyer-Brun definió a las imágenes satíricas que circulaban en Francia a manera de panfleto entre 1791 y 1792 como “el termómetro de la opinión pública que moviliza a la ‘chusma’”1 porque la gente ─en su mayoría analfabeta─ las entendía mejor que cualquier texto. Lo cierto es que también hubo algunas en el periódico realista Les Actes de Apotres, sin embargo, no eran tan populares como aquellas que atacaban a la Corona.
En realidad, la caricatura nació mucho antes en Inglaterra, pero se transformó en un contrapoder durante la Revolución Francesa. Entonces, sus autores eran anónimos y dibujaban desde y para las calles, por ende, las élites quienes eran defensoras de la monarquía “no se juntaban con esa chusma” que tanto gustaban de aquellos dibujos.
En Latinoamérica, en cambio, tuvo su gran desarrollo en el siglo XIX, en medio de las luchas independentistas y los movimientos políticos-sociales. Desde aquella época hasta nuestros días, los trabajos de algunos humoristas gráficos funcionan como pedagogía y contraproposición a los discursos escritos y gráficos de la prensa tradicional. Quino en Argentina o Rius en México, por ejemplo, cuestionaron la agenda posicionada por la televisión o los grandes medios escritos. Así, el primero tuvo una marcada línea de defensa a los débiles y de crítica al poder, mientras el segundo educaba a varias generaciones sobre asuntos cotidianos ─el consumo de gaseosas, la comida mexicana, entre otros─ y problemas complejos: el machismo, el marxismo, el anticlericalismo o el daño al medio ambiente.
En Ecuador, la caricatura hizo su aparición como un género más del periodismo. En una sociedad analfabeta en su mayoría, los actores políticos se percataron de que esas imágenes eran instrumentos para posicionar ideológicamente la visión propia de cada medio. En ese sentido cabe mencionar a los dibujos sobre Eloy Alfaro publicados en los diarios conservadores en 1912 en contra del liberalismo, quien fue dibujado como un burro o amamantando a varios animales que representaban a varios personajes de la época.
Las imágenes de humor político aparecen en la prensa o en las revistas, de modo que muchos caricaturistas obtuvieron un espacio fijo y de por vida en ellos; de hecho, en un diario capitalino se dieron a la búsqueda de nuevos caricaturistas porque su plana de moneros iba rumbo a los 80 años. Su trabajo, por otra parte, se convirtió en un editorial gráfico indispensable, cuyo tema se escogía en las reuniones diarias de cada redacción; hasta hoy, gran parte de los dibujos responden a una categorización de los hechos que no está ligada a la importancia del tema, sino a las tácticas e intereses particulares del medio. Y es que existe una relación estrecha e innegable entre el periodismo y el poder de turno.
Muy pocas revistas ─y de corta duración─ decidían con rebeldía e irreverencia los temas y las figuras políticas objeto de crítica. Uno de los casos más emblemáticos fue Pancho Jaime, humorista completamente independiente, además de editor y dibujante de su propia revista. A él, literalmente, le obligaron a comerse sus propios dibujos y, en 1989, fue ejecutado como reacción a su trabajo sarcástico, grotesco y de resistencia al gobierno de Febres Cordero.
Desde que se promulgó de la Ley de Comunicación en la administración de Rafael Correa en 2013, los dibujantes empezaron a rectificar sus caricaturas, toda vez que recibían coronas de flores o les censuraban en sus muestras (imagen 1). Por contrapartida, en los medios bajo dominio gubernamental se publicaba solo aquello que favoreciese al régimen o lo que dejara mal parados a sus adversarios. La caricatura de esos diarios se convirtió en “humor oficial o institucionalizado”2, cuyo objetivo era defender la visión predominante, de modo que en lugar de ser un desafío a la estructura del poder, lo afianzó y lo reafirmó, convirtiéndose en un factor correctivo para el grupo que no se adaptara al statu quo.

Imagen 1. Dibujo exhibido como protesta a la censura a la exposición “Huarmicaricaturas por la libertad “ en la CCE de Azuay, en Cuenca, 2016.
Sin embargo, en los gobiernos de Lasso, Moreno y Noboa, los diarios tradicionales cumplieron un fin parecido: los dibujantes de “la prensa independiente y no oficialista” que antes, en 2013, defendían la protesta social, el cuidado del ambiente y los derechos humanos cambiaron su línea y cuestionaron a los defensores de los derechos humanos, a los grupos ambientalistas y a las organizaciones sociales, al mismo tiempo que defendían a los gobiernos de turno. Incluso un caricaturista realizó videos de campaña pidiendo el voto por un candidato presidencial y por un asambleísta.
En la pandemia del covid 19, cuando había cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil, el humor gráfico para criticar la gestión del presidente fue casi nulo. Erróneamente se pensaba que hablar de eso era “hacerle el juego” al gobierno anterior. Una vez más, los caricaturistas se lavaron las manos y el poder mediático excluyó unos hechos y priorizó otros, al tiempo que los dardos humorísticos dependían de la posición ideológica y política de los medios (imagen 2).

Imagen 2. Caricatura que fue recortada en el Diario Últimas Noticias para que no se vieran los cadáveres de la pandemia, 2019, como si recortando las imágenes de cadáveres se borrarían los miles de muertos de las calles.
Pero no solo la prensa ha influido en nuestra forma de ver la realidad, también lo han hecho organizaciones no gubernamentales que, presentándose como defensoras de la libertad de prensa, recibían grandes aportes de Norteamérica por su respaldo a medios y comunicadores capaces de influir en la opinión pública. Estas fundaciones decretaban cuál caricaturista, comunicador, periodista, creador de contenidos o dibujante es malo, malísimo o está del lado oscuro de la fuerza -porque “le retuitean las mafias y el narcotráfico” ─, además de otorgar certificados de credibilidad, escribir códigos de ética y recomendaciones para el aval de los caricaturistas (imagen 3).

Imagen 3. Extracto de gif animado, Vilmatraca. Ruth Hidalgo, directora de Participación Ciudadana durante un programa radial pidió que dejen de compartir caricaturas que responderían “a las mafias, al narcotráfico y al lado oscuro”.
No obstante, la irrupción de las redes sociales ha marcado un punto de inflexión en el mundo. David Trueba, en su libro La tiranía sin tiranos escribió: “ahora la historia la deciden la mayoría, por votación. El que gana, obliga a los demás a dejar de pensar, a dejar de ser”. Así, este malestar en redes hizo que uno de los mayores diarios del mundo, el New York Times, suspenda en 2019 y de manera definitiva el espacio para las caricaturas políticas. Todo esto tras ser acusado de antisemitismo por un dibujo de Antonio Antunes, del servicio de sindicación CartoonArts, que criticaba la política de Netanyahu. El diario anunció que “en adelante solo aceptaría caricaturas de profesionales que tuvieran relación directa con el periódico”3 entendiéndose que aquellas deberán adaptarse a la línea editorial, sin importar el nombre ni el pensamiento de quien las firma, sino la marca, el sello editorial y la línea discursiva de la empresa. No solamente se indigna el público al ver un dibujo de humor, también se indignan los mismos caricaturistas cuando se los cuestiona. Según Santiago Gerchunoff, “los humoristas llaman ofendiditos al público porque no se han reído de sus gracias, porque les aborrece y eso pasa porque ese público tiene muchos más canales que antes para expresar su desprecio o su admiración”4,
Para el autor, esta situación es similar a la del siglo XVIII cuando la gente lanzaba tomates y pullas a los actores que no les gustaban. La pregunta que se hace Gerchunoff es: ¿el humor estaba en peligro en aquel tiempo?
Por lo demás, el humor no pertenece a la izquierda, a la derecha o a los medios de comunicación, sino a cualquier persona que opine y lo utilice como un lenguaje para socializar: una persona en cualquier parte del mundo armada solamente con un dispositivo electrónico es capaz de realizar memes, usar la inteligencia artificial para crear imágenes, cuestionar al poder y a la información que lo ha mantenido atado por años.
Del mismo modo, cada vez más caricaturistas vetados por los diarios tradicionales o también demasiado bulliciosos para los medios digitales hemos regresado a la raíz de nuestro oficio, trabajando para nosotros, con nuestro nombre y sin la anuencia de nada ni nadie; al fin y al cabo, no son los medios ni los editores los que otorgan prestigio y credibilidad, sino el público que está a la espera de las obras. En pocas palabras: la caricatura volvió a su origen, es decir, la crítica al rey, mientras su autor mira de reojo a la guillotina…
Antes, los medios escogían los titulares; hoy, los caricaturistas proponemos los temas a debatir, pese a que, igual que en la Revolución Francesa, aún existen algunos colegas que clasifican los diferentes tipos de dibujantes, es decir, los de la élite monárquica y los de “la chusma”, o aquellos que “prefieren el jazz y los que prefieren el reguetón”.

Imagen 4. Captura de animación que responde a la declaración del caricaturista Xavier Bonilla, (Bonil) que comparó los trabajos de los caricaturistas entre “quienes prefieren el jazz o el reguetón”.
por Vilma Vargas Vallejo (Vilmatraca)
Bibliografía
- 1. Reichardt, Rolf. 2012. La Revolución Francesa como acontecimiento mediático europeo. EGO European History, http://ieg-ego.eu/en/threads/european-media/european-media-events/rolf-reichardt-the-french-revolution-as-a-european-media-event ↩︎
- 2. Imperiale, Louis. (2024). Epílogo – Humor: ¿sumisión, subversión o vía de escape? Retrieved from the University Digital Conservancy, https://hdl.handle.net/11299/261068 ↩︎
- 3. Diario El Clarín, New York Times dejará de publicar caricaturas políticas, tras una acusación de antisemitismo, 11 de junio de 2019, https://www.clarin.com/cultura/new-york-times-dejara-publicar-caricaturas-politicas_0_5j07YMugl.html?srsltid=AfmBOopQNazJTHAbt7QfaW6xCpMQ2Cr8Cx_cLzs2T-Wc2A_A_LGOeJF7 ↩︎
- 4. Diario el País, “Ironía contra la ultraderecha y los humoristas ofendiditos”, entrevista a Santiago Gerchunoff, 21 de enero de 2019, https://elpais.com/cultura/2019/01/16/actualidad/1547652204_458413.html ↩︎