Festivales en Ecuador: una vitrina que luce empañada

25/07/2025

Autor/a:

por Alejandro Puga

Los artistas están allí, expectantes, por una oportunidad para hacer lo que saben hacer. Sin embargo, esa vitrina precisa para exhibirlos sigue cubierta por acciones aún incipientes.

Gris Onofre tenía 13 años cuando asistió a su primer festival de música. Era el Quitofest y aún lo recuerda como un descubrimiento: no solo por las bandas, sino por la posibilidad de pasar todo un día escuchando música en vivo, conocer artistas, hacer amigos y sentir que pertenecía a algo más grande.

 Hoy, más de una década después, Gris es gestora cultural, manager y booker. Estudió Negocios Musicales y ha recorrido el país, asistiendo a más de cuatro festivales por año. Pero esa ilusión adolescente ha cambiado su forma.

“Agradezco haber vivido el boom de los festivales en Ecuador”, dice. “Pero muchos de esos espacios ya no existen o se han convertido en vitrinas cada vez más cerradas”, acota en referencia a lo que se vivió entre el 2010 y el 2019.

La pandemia detuvo la escena en seco. Desde entonces, y hasta este 2025, la cartelera se ha ido restableciendo lentamente. Pero no es la misma. “El Carpazo, el Funka Fest, El Descanso… eran espacios privados donde además de cantar, los artistas podían hacer contactos y moverse entre escenas. Ahora casi todo está concentrado en ciertos eventos públicos”, señala.

Gris observa con atención y agrado el regreso del Saca el Diablo este año, tras su pausa en 2019. Lo ve como una señal y como una pregunta: ¿funciona el circuito de festivales hoy?

La cantautora y académica Jenny Villafuerte responde. La gestora del Festival de Jazz de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, reflexiona sobre los cambios del ecosistema que siguen afectando tras la pandemia. “El circuito festivalero se detuvo y no termina de despertar. Hace falta una mejor curaduría para cada evento. Las bandas se repiten una y otra vez. Ahí radica el hecho de que no terminen de reventar. También influye la falta de presupuesto”.

Villafuerte cree que los festivales, en su mejor versión, deberían ser mucho más que solo una cartelera. “El circuito es importante porque permite una conexión real entre el público y los artistas. Esa cercanía genera algo más allá del escenario. Al artista lo sensibiliza. Al público lo conecta”.

Cada mayo, el festival de jazz que dirige Villafuerte se realiza junto al río Guayas, con conciertos, talleres y ferias para emprendedores. En seis ediciones ha recorrido varios espacios y crecido con el apoyo de la UCSG y la Empresa Pública Épico. “Ha sido un proceso de prueba y error, pero siempre con el compromiso de sostenerlo”, señala.

¿Qué pasa con nuestro vecino inmediato?
Desde Colombia, el cantautor quiteño Pedro Bonfim tiene una opinión más crítica sobre lo que ocurre en Ecuador, país al que regresa siempre como solista o con su banda Lolabúm. “En Colombia no me creen que para hacer un evento se paguen impuestos tan elevados (cerca de unos $700), incluso siendo un show pequeño de 300 personas. O conseguir todo el sonido en los espacios que deberían estar condicionados”.

Radicado en Bogotá desde 2024, ha sido parte del movimiento festivalero como público y como artista en el país vecino. Lolabúm integró el Estéreo Picnic en ese año, y tienen de cerca al Rock al Parque. Por esa razón, Pedro compara la importancia del apoyo que se le brinda al arte desde las políticas públicas. “Rock al Parque no es símbolo de un alcalde o de un político, es el de Bogotá. Yo siento que en Ecuador los políticos intentan meterle mano y esto hace una interrupción. Las curadurías son mediocres y no están destinadas a forjar público sino a que solo se vea lleno”, dice enfático.

También destaca lo positivo en la programación local. “Fui parte del Verano de las Artes en Quito (VAQ) y noté la renovación del público. El festival está bien planteado, pero necesita cuidado. Ojalá se mantenga cada año, con conciertos gratis, accesibles en transporte público, diverso y beneficioso para quienes hacen música”, afirma sobre la escena quiteña.

La importancia para la música emergente
Quien coincide con Bonfim es Gris Onofre, que en su labor como gestora y mánager ha logrado que sus artistas sean parte de eventos públicos y privados. Este año, junto con Flix Pussy Cola, se sumaron al VAQ. La banda busca estos espacios para llegar a nuevas audiencias.

“Los festivales públicos y gratuitos funcionan para dar a conocer al talento emergente. Los privados no pueden darse tanto ese lujo porque necesitan vender. Si no hay una demanda por tu show te están haciendo un favor. Los eventos públicos sirven para que todos los que empiezan se profesionalicen y consigan un mejor nivel”.

Los festivales privados resisten
En la gestión privada también hay esfuerzos por equilibrar artistas consagrados y emergentes. Bastian Napolitano y Jorge Asanza reactivaron el Saca el Diablo tras seis años, ahora con un formato renovado. Comenzarán con ediciones más pequeñas en Guayaquil (agosto), Madrid (septiembre) y Cuenca (noviembre), antes de volver a Quito en 2026.

Asanza señala que los festivales, según su tamaño, pueden impulsar a una banda. “Tocar en Vive Latino o Estéreo Picnic sí es un empujón, pero llega como parte del proceso”, dice. En la convocatoria Microsed de Saca el Diablo, uno de los espacios emergentes fue para Jammal. “Es un cantante nuevo, con enfoque y cada vez más escuchas. No basta con golpear la puerta, hay que tener respaldo”.

“Ahora no hay muchos festivales, pero se percibe una fuerte hermandad entre los artistas. Todos quieren que pasen cosas, que haya más cultura en movimiento. El público también lo pide: música en vivo y buena infraestructura”, dice Bastian Napolitano.

Artistas y público quieren nuevos espacios
La falta de espacios diversos sigue siendo una necesidad para los artistas. La mayoría de eventos se concentran en Quito y Guayaquil, lo que obliga a migrar en busca de oportunidades.

Chloé Silva radicaba en Cuenca en 2020, mismo año en el que publicó su primera canción. Apenas había pasado un mes desde que llegó la cuarentena, ese extraño tiempo en el que la cultura y el arte fueron clausurados pero que mantenían vivo el espíritu de millones. “Mi primer festival fue un año después, en el Otra Música, del teatro Sánchez Aguilar. Había tomado la decisión de mudarme para tener más facilidades”, recuerda. 

A pesar del entusiasmo, pronto decayó el ímpetu de los shows en vivo, por diversas circunstancias socioeconómicas y de seguridad. “Ya en la normalidad comencé a tener esta frustración de que quisiera que me invitaran a más cosas”.

Chloé considera que los altos índices de inseguridad del país provocan que el circuito festivalero no prospere. “En Guayaquil hay mucha gente interesada en consumir arte. Extraño los festivales que ocurrían en nuestras ciudades. Es una visión triste, tengo la esperanza de que cambie”.

Los gestores y artistas se hacen varios planteamientos sobre el futuro. “Hace rato hacen falta políticas públicas. Todo es muy fragmentado. Falta la integración de todos los sectores económicos para que la cultura surja”, afirma Jenny Villafuerte.

También ve con buenos ojos las iniciativas que hoy generan reactivación. Resalta que tras la unión de la feria de emprendimiento al Festival de Jazz, se logró la venta total que benefició a este sector económico, aunque desconoce cifras. Manifiesta que es la forma más viable de promover el turismo.

El esquema es redondo, porque va desde vuelos, además del rubro de alimentos. “En una reunión con el Ministerio de Turismo y de Cultura, por la edición en Madrid junto con la Embajada de Ecuador veíamos números enormes. La cultura mueve alrededor del 3 % hasta el 7 % del Producto Interno Bruto, en varios países de la región. Se mueve el tráfico aéreo, el transporte interno, la hotelería, las personas que trabajan para el festival y los emprendimientos, sin olvidar a los artistas y el equipo técnico”, resaltan los productores de Saca el Diablo.Al volver la mirada a Quito, sede del Quitofest —el festival musical gratuito más grande del país, con 150 mil asistentes en su última edición—, muchos artistas lo ven como una consagración. Pero, ¿qué viene después de subir a ese escenario? Para Gris Onofre, desde la gestión cultural, y Pedro Bonfim, desde la creación artística, la respuesta es clara: la internacionalización. Sin embargo, eso implica volver a empezar, reconstruirse como emergentes en otros territorios. Aun así, ambos coinciden en que vale la pena seguir apostando por la música hecha en Ecuador. El reto está en no replicar modelos ajenos, sino en diseñar uno propio, donde el crecimiento sea sostenible para todos.

por Alejandro Puga
Periodista cultural

Artes y pensamiento