Con Milou y Lulú, Tamara Estupiñán Viteri nos recibe en Yaruquí, en su espacio de trabajo y hogar, el sitio en el que sus investigaciones toman forma. “Rompemos el hielo” con un café caliente, bien cargado y unas galletas de mantequilla. Comparte que fue su madre quien, en su momento, la alentó a estudiar «lo que ella quisiera» a pesar de los reparos de su padre. Recuerda que no fue una decisión fácil estudiar historia, pero -lo dice con satisfacción- esa determinación fue acertada y la hace feliz.
De a poco la fragancia del café impregna el entorno y atrae la atención de sus dos mascotas sentimos que el ambiente entra en esa atmósfera de conversación, de calidez y de una necesidad de reflexionar desde esas memorias que nos unen, a pesar de la distancia de nuestras generaciones.
Hablando de aquello que le fascina y apasiona, le pregunto:
¿Cuál es la relación entre historia y patrimonio? Con los ojos atentos y sus manos que acompañan sus palabras, responde casi de inmediato:
Casi toda mi vida me he dedicado a investigar; llevo más de 40 años en esta labor. He trabajado en archivos, bibliotecas y realizado trabajo de campo. Lo que más me interesa es crear material científico que sirva de sustento para la puesta en valor del patrimonio. El patrimonio cultural no se potencializa como debe ser, si carece de una base científica. Esto no quiere decir que el rescate del patrimonio sea netamente un asunto académico, pero las paredes, las piedras, los distintos objetos materiales, los documentos, los monumentos, por sí solos no hablan… Somos nosotros, los investigadores quienes tenemos la obligación de exteriorizar su condición, en palabras simples, su “pequeña” o “gran” historia o la interpretación que hagamos de ella.
Mi misión, en este sentido, es proporcionar las herramientas apropiadas para que ese patrimonio sea aprehendido de la mejor manera, o descubrir nuevos patrimonios, como me sucedió con las ruinas arqueológicas de procedencia inca de Malqui-Machay, asociadas con la morada final de Atahuallpa Ticci Cápac, el último emperador del Tahuantinsuyo.
El rostro de Tamara se vuelve más cercano, al dejar de lado el aspecto de la clásica entrevista formal para convertirse en un relato casi mágico; con un tono de voz más bajo, comparte -como si me hiciera cómplice de sus secretos más preciados- los resultados y descubrimientos de sus investigaciones.
Mi experiencia con Malqui-Machay fue única ya que nunca imaginé que iba a descubrir un monumento arqueológico. Estoy convencida que, si no fuera por la investigación histórica que sirvió de sustento para llegar a las ruinas, difícilmente éstas habrían sido develadas, pues el sitio está en medio de la nada. A veces, yo diría que muy a menudo, los vestigios arqueológicos son encontrados al azar, porque por ahí de pronto van a construir una nueva carretera o van a perforar un pozo petrolero, y es en ese momento que “aparecen” los restos materiales que dan cuenta de la presencia milenaria del ser humano en ese lugar.
Luego menciona, con énfasis, que el resultado de su trabajo le ha permitido, entre otras cosas, identificar la existencia del barrio de Auqui: el hijo más importante de Atahualpa -y a quien le hubiera correspondido heredar la mascaypacha, borla o corona- que está ubicado al lado sur de la actual avenida 24 de mayo, más no en el casco colonial o centro histórico. Es ese barrio de ascendencia inca lo que dio origen al sur de Quito, pero cuya historia, lamentablemente, ha sido invisibilizada tanto por la historiografía, como por la cartografía histórica.
La pregunta es: ¿cuál es su historia? Después de muchos años de indagación, he podido unir varias piezas de un gran rompecabezas y propongo que la élite de la población indígena, tanto inca como local, se asentó en el sector del sur de Quito. El sur de Quito, no nació de la noche a la mañana, ni tampoco con la construcción de la estación del ferrocarril en Chimbacalle, sino tiempo antes de la fundación española de Quito.
Se levanta rápidamente de su asiento, para explicarnos en un mapa de Quito, colgado en su estudio, el sitio exacto del barrio del Auqui y sus lugares aledaños, y explica:
Mis investigaciones han generado rupturas. Cuando uno da a conocer algo completamente distinto, es difícil que se acepte el postulado o hipótesis desde el inicio, es más común que de entrada se rechace tu propuesta. Pero uno tiene que ser lo suficientemente sensible y dejar que ese nuevo saber sea procesado en el transcurso del tiempo, lo más seguro es que yo no vea el empoderamiento de aquello que he planteado, pero no hay para qué preocuparse o frustrarse. Para muestra tenemos a Hiram Bingham, quien estaba convencido que había descubierto Vilcabamba, la ciudad perdida de los incas en donde se refugió Manco Inca, y nunca supo que se trataba de Machu Picchu, un “santuario” asociado con Pachacutec Inca.
En medio de la conversación hace una pausa y llama a Jaime -su esposo- para que se lleve a las “niñas” -Milou y Lulú- quienes están inquietas por la visita, hay nuevos rostros y voces ajenos a su cotidianidad. Esta pausa no la desconecta de la conversación, pero se toma un tiempo para confesarnos que sus “niñas” son mascotas recogidas de la calle y desde que llegaron la acompañan todo el tiempo en su estudio, -entre risas- relata que ellas son las verdaderas “guardianas” de su trabajo, y, además, le preocupa que le están plagiando ya que siempre están atentas a todo lo que hace y no se despegan de ella.
Retoma el hilo de la entrevista con una reflexión:
En lo personal, he tenido el privilegio de dedicarme solo a la investigación, todos los días, sábados y domingos, para mi persona no existen vacaciones ni fines de semana. El tiempo disponible utilizo para indagar a profundidad y eso me permite generar trabajos innovadores.
Y suma otras ideas:
Me parece interesante la publicación de la revista [se refiere a Públicos]. Es una manera apropiada de divulgar el conocimiento en el dominio público y no para un círculo específico. Pienso que lo que nosotros -los investigadores- escribimos es aburrido y no todos lo pueden entender… A veces por escribir “difícil”, excluimos a la mayoría de las personas, y al hacerlo privamos que se conozcan los resultados de nuestro propio trabajo, lo cual es paradójico. En la actualidad la tecnología ha impregnado a las ciencias humanas o sociales. Sería interesante empezar a recrear en 3D nuestro pasado, otros países ya lo han hecho y los resultados definitivamente atrapan al usuario. En otras palabras “empoderan”, pero para hacerlo primero hay que escribir el guión, y no al revés. Es decir, partir “acomodando” los datos al potencial que ofrece la tecnología es peligroso porque se estaría subordinando un conocimiento científico a un juego, y la historia de nuestro pasado no es ficción.
Yo tengo un sueño, que el Sur de Quito tenga su propia identidad, y aunque no existan mayores vestigios materiales tangibles, sí es posible hacerlo, mi investigación acerca del barrio del Auqui, es poderosa. Fíjese usted: hace poco me enteré que el Municipio de Quito va a rescatar la piscina del Sena, como una construcción de principios del siglo XIX, lo cual es correcto, pero detrás del sitio escogido hay una “pequeña” historia que es fascinante. Nada es inocente. En el lugar estaba ubicado el “opacuna”, palabra quechua que se refiere al lavatorio o piscina, en donde la población indígena “limpiaba sus culpas y pecados” para sanarse. Otro ejemplo es el barrio El Calzado, sector en el que, antiguamente, la población se desprendía de su calzado, luego de atravesar Turubamba o planicie de barro y lodo, para ingresar a Pilcocancha, un sitio de construcción artificial que servía para venerar a los ancestros y sobre esto puedo seguir hablando todo el día. De hecho, lo que estoy explicando ya ha sido debatido y socializado en dos conferencias magistrales que impartí, la primera en el año 2022, en la Universidad San Francisco de Quito y la otra, hace pocos meses en el Instituto de Patrimonio Cultural.
Como historiadora no es ajena a las dificultades del presente, desde ahí asume lo que ya para muchos es “algo común”: la ausencia de una política cultural. Por eso, Estupiñán acota:
No tenemos una política cultural sostenida y hace falta la voz de YA, es poco el trabajo científico que se produce, además, no hay coordinación entre las distintas instituciones que velan por el patrimonio cultural. Supongamos, a manera de un contrafactual, que decidimos rescatar el barrio de Auqui como el núcleo urbano a partir del cual nace el Sur de Quito, podría ser un proyecto cultural plausible, pero que puede entorpecerse si las instituciones no se ponen de acuerdo y prima la disputa por el control de algo que recién “empieza”. Debemos ser menos egoístas para rescatar nuestra memoria histórica.
Tamara recuerda con alegría y nostalgia sus inicios y muestra una fotografía de cuando tenía tres o cuatro años, relata que desde chiquita ella ya se creía investigadora:
Yo andaba con un cuadernito debajo del brazo, pero no era un cuaderno era una guía telefónica, y cuando me preguntaban: ¿Qué es eso hijita? Yo respondía “cuadeno” y todo apuntaba o simulaba que era para escribir. Tengo papelitos desde los 6 o 7 años, desde siempre me ha fascinado escudriñar, investigar, esto es innato, es herencia.
Luego de las risas y de mirar hacía la infancia de Estupiñán, vuelvo a nuestra entrevista y le pregunto: ¿Por qué es importante el patrimonio para la gente? Y con firmeza responde: El patrimonio natural y cultural, es lo que el Sol al planeta Tierra, nuestra esencia, sin lo cual no podemos existir.
La noche va cayendo y vamos cerrando el diálogo, un diálogo que sirvió para escuchar y reflexionar sobre varios temas: historia, patrimonio e investigación. Tamara es una mujer apasionada por su trabajo, es difícil no contagiarse al escucharla. Al final, con los ladridos de sus “niñas”, ella confiesa que el mejor aliado para la vida es el humor ya que en los momentos más álgidos, es la risa lo nos sacude del día a día.
por Públicos
Revista de arte y pensamiento