Se acerca el fin de semana y, para quienes lo tienen libre, seguro surge una pregunta importante sobre ¿a qué dedicar este tiempo de ocio? Actualmente, las agendas culturales propuestas desde los diferentes medios independientes o por las mass medias tendrán seguramente más de un plan para disfrutar de las —cada vez más (re)conocidas— experiencias culturales. Un nuevo paradigma para la gestión cultural contemporánea.
A breves rasgos, una experiencia cultural es aquella que nos permite saber dónde estamos. Es un viaje desde la cotidianidad desde nuestros hogares hacia la vivencia de una cultura y, el emprender un camino que atraviesa una puerta hacia un lugar diferente. Películas como Las crónicas de Narnia y Alicia en el País de las Maravillas, representan de más cómo estas experiencias se conciben, aunque en concreto no hay tal tecnología como una puerta o madriguera de conejo que facilite a los gestores culturales la concreción de tan ambiciosos proyectos. Dejándonos todavía las artimañas del teatro y uno que otro recurso tecnológico al alcance de nuestros bolsillos.
Cada vez es más común entre centennials y la generación alfa discutir cuáles son los mejores dispositivos para vivir estas experiencias. Aunque no necesariamente se discute sobre las narrativas que hay detrás de ellas y las sustentan.
En la era digital, este paradigma se acentúa. Debido al flujo caudaloso de contenidos por las plataformas de streaming y redes sociales que nos mantienen curiosos y ansiosos, efecto del doom scrolling. La democratización y refinamiento de las pantallas ha vuelto a nuestros ojos exigentes a cada cosa que vemos. Cada vez es más común entre centennials y la generación alfa discutir cuáles son los mejores dispositivos para vivir estas experiencias. Aunque no necesariamente se discute sobre las narrativas que hay detrás de ellas y las sustentan. Lo que ha volcado a las experiencias culturales en una vivencia bastante elemental de lo estético y lo tecnológico. Es decir, se aprecian valores como la resolución, el brillo, el enfoque, el desdibujamiento de la interfaz y cuán instagrameable pueda ser la misma.
Si bien este afán por la tecnología no es reciente, ya los griegos temían por la escritura en la edad antigua, como artistas y gestores, el descubrimiento de nuevos lenguajes no debería cooptar el sentido sobre lo que una experiencia cultural permite: saber dónde estás. En este paradigma de la innovación, parece que la virtualidad cada vez más nos distancia de la realidad, por lo que saber dónde estamos se vuelve difuso. La idea de estar interconectados por las redes sociales y la posibilidad de dedicar un fin de semana a una programación de series, películas de cualquier parte del mundo y otras experiencias inmersivas, nos hace uno con todas esas culturas a través de esos simulacros, pero ninguna a la vez, convirtiéndose en experiencias simplemente simbólicas.
Paradójicamente, si revisamos la etimología de virtual, la palabra proviene del latín “virtus” o “virtualis” que significa “fuerza”, “virtud”, “impulso inicial”, que conectado a las experiencias culturales supone un impulso por saber más sobre dónde estás. En ese sentido, debería preocuparnos más a los artistas y gestores que estamos desarrollando estos nuevos lenguajes, de qué manera la virtualidad y la tecnología nos permiten conocer más a las personas, sus culturas y a nosotros mismos.
Es clave comprender que cuando las experiencias son meramente virtuales, en el sentido de las pantallas, hay elementos que se pierden en medio de estas interacciones; de tipo sensorial como: el gusto, olfato y tacto. Y otros sociales, como la territorialización, el compromiso y la posibilidad de conformación de un tejido social. Por ejemplo, estos elementos son fundamentales para la concepción de experiencias culturales más relacionadas al turismo, en la vivencia de festivales, fiestas patronales y otras, de las cuales conocemos a través de medios digitales y con eso se emprende un bucle de realidades y pantallas.
Este fin de semana, se celebró la zonal del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que reunió a 12 agrupaciones musicales que resguardan los saberes ancestrales de la música afrodescendiente del pacífico en Esmeraldas, una provincia de la que —en su mayoría— los medios masivos relatan historias de crisis y violencia. Pero quienes asistimos vivimos una fiesta de algarabía, donde se palpó el goce de la cultura esmeraldeña, su danza y música. Me pregunto entonces ¿Podemos sostener un vínculo con lo que vemos en las pantallas? ¿Cómo podemos ver y sentir más allá de las luces LED?
Ciertamente en esta carrera por la innovación, artistas y gestores no nos podemos quedar atrás en la exploración y diseño de nuevos lenguajes que permitan experiencias culturales en entornos emocionantes. Sin embargo, no podemos olvidarnos que hay un mundo enorme por explorar y del que inspiran todas esas creaciones. La realidad supera la ficción, pero la ficción y la tecnología nos llevan a crear mundos que sólo habíamos imaginado.