El debate sobre el cambio de la concepción de cultura por las culturas ha traspasado las fronteras del sector cultural y se ha instalado en las discusiones que escalan desde de lo etimológico hasta el orgullo patrio y la preservación de los valores nacionales. Y así como la vida nos ha enseñado, la inquina por las formas muy a menudo oculta heridas muy profundas. Quizá volver al plural la palabra cultura, no se trata solo de aumentar una letra sino de modificar una matriz de pensamiento que ha marcado el pulso de nuestras sociedades. El riesgo de dejar todo como está hasta ahora, desde las palabras hasta las instituciones, es seguir repitiendo errores o evitando las transformaciones necesarias para una convivencia efectivamente democrática.
Hablar de “la cultura” ha sido durante siglos una manera de imponer una visión unitaria y jerárquica del mundo, muchas veces enraizada en las ideas coloniales y eurocéntricas, como lo mencionó Edward Said, en 1978, en su libro Orientalismo. Bajo este paradigma, la “cultura” representaba un estándar ideal, definido por quienes detentaban el poder, desde el que se juzgaba a otras expresiones como “bárbaras” o “inferiores”. Este modelo monocultural, profundamente arraigado en el pensamiento ilustrado, consolidó una jerarquía que relegaba las tradiciones y saberes de los pueblos marginados al olvido o la exotización.
En tiempos recientes, acompañado por los trabajos teóricos de Clifford Geertz, Franz Boas, Amartya Sen, Stuart Hall, entre otros, se ha gestado un movimiento que desafía esta perspectiva, promoviendo la idea de “culturas”, así en plural, aunque suene redundante. Este concepto no solo reconoce la existencia de una diversidad de formas de interpretar y vivir el mundo, sino que también legitima estas expresiones, negándose a someterlas a un modelo único. La pluralidad cultural invita a romper con las jerarquías impuestas y a mirar la riqueza propuesta desde la diferencia.
Este cambio tiene profundas implicaciones sociales y políticas. Al hablar de “culturas”, no solo se desafía la hegemonía de las narrativas dominantes, sino que se construyen puentes hacia la inclusión y la justicia social. Reconocer las “culturas” de un territorio implica dar voz a quienes han sido históricamente silenciados, promover la autodeterminación y valorar las identidades locales frente a la presión globalizadora.
Pero este giro hacia las “culturas” no está exento de resistencias y desafíos. En algunos contextos se teme que este reconocimiento plural fragmente la unidad nacional o socave ciertos valores universales. La pluralidad, mal gestionada, puede convertirse en un espacio de aislamiento, donde cada grupo cultural se encierra en su propia identidad sin tender puentes hacia las demás. De ahí la importancia de equilibrar el reconocimiento de las diferencias con el fortalecimiento de la cohesión social, promoviendo espacios de diálogo e intercambio.
En este escenario, las instituciones culturales desempeñan un papel clave. Durante mucho tiempo, ellas han servido como guardianas de “la cultura” oficial, omitiendo o minimizando la diversidad interna de nuestras sociedades. Los museos, por ejemplo, no pueden limitarse a ser vitrinas de una narrativa nacional homogénea; deben transformarse en espacios inclusivos que reflejen las múltiples culturas que coexisten en un país. De manera similar, las políticas culturales deben evolucionar hacia modelos más inclusivos que permitan el florecimiento de diversas identidades y tradiciones.
Más allá de las instituciones, el lenguaje sigue siendo uno de los principales campos de batalla. Hablar de “culturas” en lugar de “la cultura” no es un simple ajuste gramatical. Es una manera de redistribuir poder y replantear las bases mismas de nuestras sociedades. Cambiar cómo hablamos es cambiar cómo pensamos, y este cambio puede ser la puerta hacia un mundo más justo, donde todas las voces tengan cabida. Al menos eso es lo que se crea con esa posibilidad y con la “ilusión”, si somos realmente conscientes del conflicto que esto genera.
Abrir este debate en Públicos es esencial. El arte y el pensamiento son campos privilegiados para cuestionar las estructuras hegemónicas y explorar nuevos horizontes. Son espacios donde las ideas pueden indagarse con profundidad y sensibilidad, donde los conflictos pueden convertirse en oportunidades para el aprendizaje colectivo. Reflexionar sobre el paso de “la cultura” a “las culturas” en estas páginas podría inspirar acciones concretas para construir un mundo más inclusivo y equitativo.
por Públicos
Revista de artes y pensamiento