El arte es la primera chispa de existencia en un universo vacío. Innato, es un grito que brota de las entrañas de la tierra, la manifestación pura de la imaginación, un espejo que refleja tanto la belleza del mundo como la herida abierta de sus ausencias. El arte es la respiración que nos conecta con lo más profundo del ser, y al mismo tiempo, es la lanza que señala las cicatrices de la injusticia y la desigualdad.
En estos años de retratar los espacios donde nace la creación, de entrar en los talleres mágicos y silenciosos, de escuchar a los creadores que, como chamanes modernos, se enfrentan al caos del mundo, he sido testigo de la pasión que arde en sus procesos creativos. Muchos artistas han entregado todo, incluso a sus propias familias, para seguir el único camino que les ofrece alguna redención: el arte. Los llaman «locos», «inestables», los acusan de huir de no poder alienarse al sistema, pero no comprenden que son, en realidad, los últimos guardianes de un sueño olvidado: la justicia.
En cada trazo, en cada acorde musical, en cada palabra escrita sobre el papel, los artistas ecuatorianos se enfrentan a la muerte del olvido, la desesperanza y el desdén, mientras luchan por un mundo de igualdad, resistencia y, sobre todo, esperanza.
En muchos países de la región, el sector artístico tiene altos niveles de informalidad laboral, lo que genera una proporción significativa de artistas que se encuentran subempleados, es decir, trabajando menos de lo que desearían o en condiciones laborales precarias. En el Censo Cultural de Brasil (2019), se destacó que un 40% de los trabajadores culturales en ese país se encuentran en situación de desempleo o subempleo. Esto es, están empleados en actividades que no corresponden a su área de especialización o trabajan menos horas de las que desearían en el sector cultural.
En Colombia, según un estudio de la Cámara de Comercio de Bogotá (2021), el desempleo artístico es significativo. El 29% de los trabajadores culturales están en situación de desempleo o tienen trabajos precarios en el sector artístico. En el caso de los artistas visuales, músicos, y actores se observa que gran parte de ellos trabaja en la informalidad, sin acceso a contratos laborales o prestaciones sociales.
En Ecuador, el desempleo en el sector cultural es también un desafío significativo. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC): Aproximadamente el 27% de los artistas se encuentran desempleados o en situación de subempleo. El sector artístico depende en gran medida de la informalidad y de trabajos ocasionales, lo que contribuye al subempleo en el sector.
La lucha invisible, cruel y silenciosa
Esa lucha, invisible y solitaria, se oculta detrás del proceso creativo, opacando el romántico mundo del arte para dejar al descubierto una cruel y despiadada realidad. En Ecuador, las redes de apoyo que deberían sostener a los artistas son sombras vacías. Apenas existen, y cuando lo hacen, son como espejismos. La falta de protección social, la inestabilidad laboral y la obsolescencia de las estructuras que «nos sostienen» no son más que trampas mortales que ahogan al ecosistema artístico. ¿Acaso nos hemos perdido ya? La respuesta parece un eco lejano, disipado.
Según el Censo Nacional de Población y Vivienda (2010), realizado por el INEC, la actividad cultural en Ecuador tuvo una participación significativa en la economía informal, lo que afecta a la estabilidad laboral de los artistas. La información directa sobre desempleo en el sector cultural es limitada, pero se sabe que un porcentaje considerable de los trabajadores culturales depende de la informalidad y la falta de contratos laborales formales.
El Informe sobre el empleo cultural en Ecuador (2018), realizado por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, apunta que el 25% de los trabajadores culturales se encuentran en situación de subempleo o desempleo, dependiendo en gran medida de proyectos de corta duración y la informalidad.
El arte como motor de identidad y resistencia
En un país donde las profesiones tradicionales —médicos, abogados, arquitectos— son reconocidas, valoradas y protegidas por un sistema que les asegura estabilidad, y así actualmente es difícil que tengan esas condiciones debido a la crisis del país, el panorama para los artistas es más sombrío. Condenados a contratos temporales, sin seguridad social ni derechos laborales, los artistas se enfrentan a un abismo de precariedad. En sus manos, la única herramienta que les queda es la fuerza de su propia creación y su pasión. Camilo Egas, pionero en la construcción de nuestra identidad ecuatoriana, dejó un grito de lucha obrera que resuena hasta nuestros días. ¿Por qué su mensaje aún no ha sido escuchado? Porque los artistas son, siempre, los últimos en ser vistos, los últimos en ser escuchados. La pandemia de COVID-19 tuvo un impacto devastador en el sector cultural y artístico de Ecuador.
Un estudio del Ministerio de Cultura y Patrimonio (2020): El 80% de los artistas ecuatorianos reportaron una caída significativa en sus ingresos debido a la suspensión de eventos culturales y la cancelación de actividades masivas como conciertos, obras de teatro y exposiciones de arte. El desempleo aumentó considerablemente en el sector artístico, ya que muchos artistas dependían de trabajos informales, como presentaciones en vivo o actividades culturales, que se vieron paralizadas durante el confinamiento.
Un informe del Ministerio de Cultura y Patrimonio de Ecuador (2020) sobre la situación del sector artístico en la post-pandemia indica que más del 50% de los trabajadores culturales en Ecuador laboran en condiciones de informalidad. Esto incluye tanto a artistas como a técnicos, gestores culturales y trabajadores de la industria creativa. La informalidad en el sector cultural afecta directamente el acceso a la seguridad social, pensiones, y otros beneficios laborales, contribuyendo a un entorno de inestabilidad económica para los artistas.
La creación artística: invisibilidad y condena
La creación artística, aunque esencial para la sociedad, nunca ha sido tratada con respeto. A menudo, no solo es ignorada, sino despreciada. En Ecuador, como en toda América Latina, los artistas enfrentan la lucha diaria de vivir sin derechos, sin contratos fijos, sin pensiones ni acceso a lo que en otros sectores se considera lo mínimo indispensable. Viven al margen, expuestos a un sistema que muy pocas veces escucha sus necesidades, y que muchas veces ni los ve, ni los reconoce. La mayoría trabaja de manera independiente, en un limbo, y su única fuente de supervivencia es el mismo arte que les consume. La estabilidad laboral es un sueño que se disuelve entre las grietas de un mercado saturado y empobrecido.
Un estudio sobre las condiciones laborales de los trabajadores culturales en Ecuador (2019), realizado por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, subraya que: Más del 40% de los artistas en Ecuador no tienen acceso a servicios médicos o a una pensión de jubilación debido a su trabajo en la informalidad.
Los sindicatos en América Latina: luchas y resistencias
A lo largo de América Latina, los sindicatos han sido faros de lucha, de resistencia y reivindicación. Desde las huelgas en las fábricas de Argentina hasta los levantamientos de los obreros del cobre en Chile, los sindicatos han sido la voz imparable de los que no tienen voz, los que luchan por una vida digna, por un trabajo con derechos. En países como Argentina, Brasil y México, los artistas han formado organizaciones para defender no solo sus condiciones laborales, sino su alma misma. En estas tierras, el arte se ha ganado, poco a poco, el lugar que le corresponde: el de trabajador que construye la cultura, el de creador que desafía el olvido. El Sindicato de Trabajadores del Arte en Argentina, o la Asociación de Músicos de México, han sido trincheras desde donde se han librado batallas por el reconocimiento, por los derechos de autor, por la creación de leyes que protejan a los artistas. Por su seguridad social.
Pero en Ecuador, esas luchas apenas son pequeñas voces. Los sindicatos que luchan por los derechos de los trabajadores del arte aún no han nacido, o si nacen, son frágiles. Las redes de apoyo son escasas, y la mayoría de los artistas las desconocen. Nos enfrentamos a un vacío profundo.
Según el Informe sobre el Empleo Juvenil en Ecuador (2021) del INEC, los jóvenes que intentan acceder al sector cultural enfrentan barreras significativas, incluyendo la falta de experiencia laboral y la competencia desleal de profesionales establecidos, lo que resulta en una tasa de desempleo juvenil en el sector artístico más alta que en otros sectores.
Un 30% de los jóvenes que buscan empleo en el sector cultural informan que no encuentran trabajo o tienen dificultades para acceder a oportunidades laborales que correspondan con su formación artística.
La falta de redes de apoyo: un abismo insondable
El arte es una de las fuerzas más potentes que define a la humanidad, y, sin embargo, en Ecuador no existe un sistema que proteja a sus creadores. La falta de un efectivo régimen especial de seguridad social para los trabajadores de la cultura es una herida abierta que sangra constantemente. Mientras en otros países, los artistas han logrado estructurar regímenes especiales de apoyo, en Ecuador los artistas caminan en la oscuridad, luchando contra la incertidumbre económica y la indiferencia de un sistema que los olvida. Los creadores ecuatorianos no solo luchan contra la adversidad de un mercado cultural reducido y saturado, sino contra un sistema laboral que no les reconoce como trabajadores. El Código Laboral ecuatoriano, aunque avanza en otros aspectos, no contempla la naturaleza del arte, que es autónoma, libre, flexible, caótica.
El arte como trabajo invisible
El arte está marcado por su efimeridad, por su fragilidad. Las obras nacen de la nada, explotan en una explosión de vida y luego se desvanecen en el aire. Las exposiciones, los conciertos, las obras literarias, son destellos que brillan por un momento y luego se disuelven en la memoria. La gratuidad, como una sombra oscura, se ha convertido en un mal endémico del sistema artístico ecuatoriano. Todo se crea, pero nada permanece. Esta fragilidad se convierte en una condena, en una invisibilidad mortal. El arte no es reconocido como trabajo; es solo una manifestación etérea, un lujo, un capricho. Y este es el mayor desafío para los artistas ecuatorianos: la invisibilidad.
Mientras otros sectores laborales tienen estructuras claras, los artistas son despojados de su derecho a existir en el sistema. Los que se atreven a emprender el camino del arte lo hacen sin saber que su labor es considerada un lujo, no un trabajo. Se enfrentan a la desprotección, a la soledad y al vacío de un sistema que no les ofrece una salida, un refugio, una esperanza.
Según el Censo Nacional de Cultura (2019), el sector cultural en Ecuador emplea alrededor de 130.000 personas, de las cuales solo un pequeño porcentaje tiene un empleo formal en el sector. La mayoría de los trabajadores culturales, incluidos los artistas, se encuentra en trabajos informales, lo que contribuye al alto nivel de desempleo y subempleo.
Mientras el futuro digno por el que trabajamos llegue, el arte no debe luchar solo.
por Edgar Dávila
Fotógrafo y comunicador