Hampiriypacha es un término kichwa que quiere decir cúrate con el cosmos. Y es una Asociación de mujeres que practican la medicina ancestral y también son cuidadoras de semillas nativas. Se fundó en marzo del 2016. Son pertenecientes a distintos lugares de la provincia de Imbabura que queda al norte del Ecuador.
Cada una de sus integrantes es especialista en diferentes campos de la salud: son parteras (obstetras), médicas generales que hacen diagnóstico con el cuy –roedor andino-, fisioterapeutas, productoras de plantas medicinales y guías espirituales. Además de practicar este conocimiento ancestral han sido líderes, luchadoras sociales y sabias de las comunidades, por lo que son consideradas mamakuna -sabias ancianas-. El promedio de edad de las mamas está entre los 50 y 70 años. También, participan estudiantes universitarios y personas que buscan los saberes ancestrales. El objetivo principal de esta organización es crear un espacio para fortalecer el conocimiento de la salud ancestral y resguardar las semillas nativas; además brindan trabajo y dan alojamiento a mujeres desprotegidas.
En este artículo analizaremos los discursos, conflictos y disputas intrafamiliares y sociales que se dieron entre las mamas y los estudiantes que decidieron ser parte de la Asociación. Los saberes y prácticas ancestrales kichwas hasta la actualidad (siglo XXI) son consideradas ‘brujerías’ o ‘prácticas paganas’, en especial por la iglesia (católica y evangélica) y por la sociedad en general, que repite en voz baja sus narrativas, guardándose en la memoria de las personas.
El Instituto Nacional de Estadística y Censos del Ecuador (INEC), en el 2012, en su página web oficial publica la primera encuesta de violencia de género. “Seis de cada 10 mujeres sufren de violencia de género y no hay mucha diferencia entre las zonas urbanas y rurales; en la zona urbana el porcentaje es de 61% y en la rural 58%”.
Hay tres momentos clave en el proceso de las sabias de Hampiriypacha: su participación política como lideresas en la historia de Abya Yala (Sudamérica); los conflictos cotidianos como mujeres kichwas en las sociedades discriminatorias; y la decisión de autodeterminación al cambiarse los nombres hispanos a nombres kichwas como muestra de reivindicación cultural.
Mama Wayta Lema, de 58 años, quien lidera la Asociación, ha sido la primera dirigente de la mujer de la ECUARUMARI (Confederación de los Pueblos de la Nacionalidad Kichwa). En un tono enérgico lanza esta idea en una de las asambleas: “Nosotras, las mujeres, no estamos ni atrás ni adelante de un gran hombre, siempre estamos luchando de lado a lado” (2024). Así contradice con firmeza aquella frase, que resume la situación de las mujeres a través de la historia y se repite en la cotidianidad: “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. La responsabilidad de las mamas no solo es trabajar en la estabilidad espiritual, familiar y económica sino también luchar en contra de las injusticias sociales.
“Cuando estuve en la escuela y en el colegio nunca me enseñaron que una mujer haya liderado grandes revoluciones y cambios históricos, obviamente crecí con esa idea. Pero al investigar, por mi lado, me encontré con grandes sorpresas” (2024), interviene Kasha Yamberla, de 33 años, y estudiante de la Asociación. Desde la academia y, principalmente, desde el Estado, se ha legitimado la presencia de los hombres, dando a pensar que ellas no han participado en grandes rebeliones y siempre han estado detrás de un ‘superhéroe’ que lidera y muere por todos.
Además de ser invisibilizadas en todos los niveles, han sido perseguidas y masacradas por alzar la voz. En la historia clásica tenemos a Hipatia, la primera filósofa y astróloga de Alejandría, acusada de ‘pagana’ por sus propuestas científicas y linchada por los cristianos. Manuela Sáenz, nacida en Quito, luchó junto a Simón Bolívar y lograron la Independencia de América; pese a ello fue criticada, denigrada y humillada por la sociedad de esa época, llamándola con desprecio ‘amante’ de Bolívar. Y, la historia más denigrante de la humanidad, fue la cacería de brujas ejecutada por la Iglesia Católica en el siglo XVI, cuando fueron masacradas miles y miles de mujeres, acusadas de ‘brujas’ y ‘paganas’ por ejercer la sabiduría ancestral de sus pueblos. Este pensamiento medieval no ha desaparecido por completo, más bien sigue pujante en la mente de los fanáticos religiosos del Ecuador.
El concepto de bruja o brujo en la actualidad, especialmente, en las comunidades rurales, todavía mantiene ese sentido despectivo relacionado con la magia negra, el pacto con el demonio y con hechiceras.
“Yo no quiero hacerme el diagnóstico con cuy porque el pastor de la iglesia nos prohibió hacer toda clase de brujería; dicen que los yachak – chamanes hablan con el diablo”. Ella es María Villagrán (2020), la señora que se hace terapias de acupuntura con ortiga para el estrés y dolor de cabeza en Hampiriypacha; sin embargo, relaciona la medicina ancestral con actividades paganas y pecaminosas. Parecería un comentario insignificante, pero en caso de darse una turba social, liderada por fanáticos religiosos en contra de estas personas sabias que realizan la medicina con plantas nativas, pueden darse situaciones muy graves.
Estas opiniones también se reproducen en la familia: “Por estar formándonos en la medicina kichwa, empezando por nuestras familias se han reído de nosotras, y nos han llamado brujas. Nosotras vamos a seguir luchando por nuestra sabiduría” (2024), defiende Hanpik Guerrero, mama de 60 años, una de las pioneras en el proyecto. Desde su experiencia como líder de las organizaciones y anciana de su comunidad sabe que el camino que ha iniciado en Hampiriypacha será duro. Los sobrenombres, insultos y burlas que recibe ya no le hacen daño: “Ellos hablan desde la ignorancia, yo no voy a responder violencia con violencia. Así como nuestras mamas lideresas no se rindieron, vamos a seguir con fuerza”.
Dolores Cacuango, más conocida como mama Dulu, oriunda del pueblo Cayambe, fue quien fundó la primera escuela en las comunidades indígenas. Estas y otras mujeres históricas no solo han estado al frente de la batalla a nivel nacional e internacional, también han sostenido a las comunidades y a sus familias. Y lo sabe Wayta Lema y siempre les cuenta a sus estudiantes sobre la vida de mama Dulu. “La lucha se empieza desde el hogar, si no podemos cambiar en nuestras propias casas, nunca podremos con la sociedad entera. La revolución empieza en la familia” (2019).
En la Asociación Hampiriypacha se fomenta la medicina ancestral y se dictan clases de liderazgo y organización social, por lo que le convierte también en un centro de capacitación política. “Nosotras venimos de varias organizaciones políticas y donde estemos actuaremos desde la formación que nos dieron. La salud kichwa también es una posición política” (2024), aclara Pukasisa Guandinando, mama de 55 años, quien reafirma que la lucha es transversal: la sabiduría, la familia, la posición política y la lucha social van de la mano.
La posición política de las mamas no se sostiene en el discurso de “solo las mujeres podemos”, más bien se refuerza en la filosofía de la complementariedad –yanantin- en kichwa. Así se resume la posición política, familiar y filosófica que tiene la Asociación. “Con las dos manos se amasa el pan, nadie es más ni nadie es menos, así el hombre y la mujer luchan juntos. Desde esta lógica creo deben trabajar la izquierda y la derecha por el bienestar de todos”, (2019) complementa Allpa Fonte, mama kichwa kayambi, de 55 años.
“Hay que empezar desde uno mismo y la familia”. Y comprometidas las mujeres de Hampiriypacha con su filosofía, decidieron ponerse un nombre kichwa, para así demostrar que su resistencia histórica no está en los tratados y menos en los discursos. Sino en las sabias milenarias, mamakuna, que siguen de pie más allá del siglo XXI. “Mis amigos y mis familiares se han burlado de mí. También me han dicho: ‘Tú también vas a ser loca o bruja como esas señoras locas, ya mismo has de cambiarte el nombre’. Y de hecho ya cambié el nombre en la cédula” (2024), cuenta Kuya De la Torre
Las sabias kichwas al renunciar al nombre de María sepultan uno de los conceptos coloniales más denigrantes para las mujeres kichwa. Despojarse de aquellos nombres estereotipados es limpiarse espiritualmente: de María a Wayta; y es tan política su decisión frente a una sociedad estructuralmente racista y machista. Optar por un nombre kichwa es fortalecer sus culturas para el futuro. Las mamas de Abya Yala / América, al igual que todas las mujeres del mundo, han aportado a la historia. Al ser las parteras, las yerbateras y las espiritualistas del siglo XXI, siguen marcado el rumbo de la humanidad y construyendo la nueva historia. “Somos Wayta, Allpa, Killa… y no María ni José”.
por Tupac Amaru Anrango Lema
Comunicador social e investigador Kichwa