Como librero independiente y lector, me gusta recomendar libros ecuatorianos tal y como si de un amigo o un familiar se tratara: con sus virtudes y defectos, con estima y ese sentimiento de cercanía y vínculo afectivo. Esto sin detrimento de su valor y méritos innegables, tampoco de mis limitaciones, sesgos y preferencias.
Desde esa perspectiva, escribiré que, la literatura ecuatoriana en el nuevo milenio, como en épocas anteriores, suele caracterizarse por el apropiamiento de las formas y recursos narrativos poéticos o estéticos externos, adaptados a las particularidades del entorno y la realidad local. Esto sucedió en el siglo XIX, en el XX y, ahora, en el XXI. Sin embargo, en los últimos seis o siete años, algo inusual sucede y es que, más allá del proceso creativo, varias obras retornan al interés universal y se vuelven accesibles a lectores de distintas geografías, con temáticas potentes que rebasan al ecosistema lector ecuatoriano.
Hoy, varios libros, escritos sobre todo por autoras, logran el reconocimiento fuera de las fronteras del país, sin abandonar elementos propios de nuestra convulsa y caótica cotidianidad, presentes en sus historias con la riqueza de usar dialectos con una gran carga identitaria; con lenguaje propio, pero con el valor agregado de ser parte de un canon transcultural. Algo que destaca de la literatura ecuatoriana del siglo XXI es su capacidad de polemizar, representar y confrontar el debate alrededor del feminismo, la migración, la crisis de sentidos y la globalización.
Es importante observar los libros ecuatorianos con visibilidad internacional del último lustro: están sustentados en su calidad -bien ganada- y, curiosamente, asentados en la gestión independiente y de base en España, con mucha corresponsabilidad en su posicionamiento positivo entre la crítica foránea, los medios internacionales y la industria editorial. El nombre más notable en ese sentido es, quizá, Mónica Ojeda: joven autora guayaquileña, nacida en 1988, cuya trayectoria incluye poesía y obras en narrativa como Nefando, Mandíbula, Chamanes Eléctricos en la fiesta del sol y Desfiguración Silva; esta última es su primera novela, publicada en La Habana (2015) y, luego, con la editorial “Cadáver Exquisito” (2017) aterrizada a las librerías nacionales. En 2016, su inclusión en el catálogo de Candaya en España y la posterior mención en diario El País, en el llamado “nuevo boom latinoamericano” es un momento de inflexión hasta alcanzar una popularización en varios países.
Sobre la temática de la autora, es importante apuntar ese abordaje de la violencia hacia las mujeres entremezclada con la intimidad -una parte apenas de una obra rica en matices-, es un aspecto que comparte con otras escritoras; entre ellas: María Fernanda Ampuero (Pelea de Gallos, Sacrificios Humanos, Visceral), Natalia García Freire (Nuestra piel muerta y Trajiste contigo el viento) y Yuliana Ortiz Ruano (Fiebre de Carnaval). Coinciden, cada una en sus formas propias, por los cuestionamientos y la muestra de duras problemáticas como el terror familiar, estructural y diario hacia el otro.
Otro elemento compartido es la memoria: García y Ortiz, desde historias de los Andes y el Pacífico, respectivamente, hacen como Ojeda con sus personajes un recorrido por la memoria colectiva atada a la personal; cuestionamiento a la costumbre que conlleve a prácticas de culpa, extravío y abandono. En este uso de la mentada memoria, también, tenemos otros autores ecuatorianos notables como Daniela Alcívar, Gabriela Ponce, Santiago Vizcaíno, Silvia Stornaiolo, María Auxiliadora Balladares, Freddy Ayala, Andrés Cadena y Pedro Gil, por mencionar algunos.
Interesante para reflexionar es que, el componente universal de nuestra literatura, hoy por hoy, son elementos comunes como los reflejados en los textos que mayor atracción tienen en el panorama mundial, como sucede en otros nombres de otras latitudes, como son las argentinas Mariana Enríquez y Ariana Harwicz, o la peruana Gabriela Weiner; incluso, en la reciente ganadora del Nobel de Literatura, la coreana Han Kang: un horror latente, aparentemente fantasmagórico y al mismo tiempo real.
Este fenómeno de Ojeda no sucede de la nada y tampoco implica menos mérito o talento literario de otras obras publicadas en los últimos 24 años; de hecho, es digno de resaltar la cantidad, amplitud y diversidad de este periodo. Solamente en una librería independiente y pequeña, encuentro alrededor de mil nombres de autoras y autores nacidos en la mitad del mundo y el 90% de ellos con obras posteriores al año 2000. Muchísimos son publicados por autogestión y con la virtud de ofrecernos historias hechas a pulso, con el amor por la escritura y la convicción de la importancia de dar a conocer sus creaciones y pensamientos. Hay un mérito adicional y es la labor de editoriales independientes: “El Conejo”, “Severo”, “Doble Rostro”, “Bichito”, “Eskeletra”, “Turbina”, “Festina Lente”, “Eufonía”, “Alectrion”, “Ruido Blanco”, “Recodo”, “El Ángel Editor”, “Cadáver Exquisito”, “La Caída”, “El Fakir” son apenas algunas, dejando fuera a las que desde las provincias se suman al esfuerzo de tener voces propias. Está, además, el aporte de las editoriales extranjeras como “Seix Barral”, “Candaya”, “Navaja Suiza” y hasta “Random House” o “Tusquets” y “Alfaguara”.
Es injusto y terriblemente sesgado abordar este tema desde un limitado número de palabras. No obstante, quisiera dejar abierta la idea que la literatura ecuatoriana del siglo XXI es basta y ávida de lectores milenials y centenials, nativos de esta temporalidad. Por citar algunas, las de Gabriela Alemán, Huilo Ruales, Sandra Araya, Leonardo Valencia, Alicia Ortega, Juan José Rodinás, Carla Badillo, Adolfo Macías, Jakk Cabrera, Andrea Rojas, Solange Rodríguez, Abdón Ubidia, Eduardo Varas, Javier Vásconez, Kevin Cuadrado, Santiago Páez, Sabrina Duque, Santiago Rosero, Óscar Vela, Lucrecia Madonado, Roy Siguenza, Jorge Izquierdo, Raúl Vallejo, Augusto Rodríguez, Edwin Alcaráz, Jorge Luis Cáceres, Edison Paucar, Cristóbal Zapata, Óscar Molina, Andrés Villalba Bedach, Karla Armas, Javier Oquendo, Andrea Crespo, Juan Pablo Castro, María Fernanda Heredia, Roberto Ramírez, Rommel Manosalvas, Marcela Rivadeneira, Carlos Arcos, Aleyda Quevedo, Alfredo Noriega, Santiago Peña, Maríaluz Albuja, Rafael Lugo, María Fernanda Mejía, Fernando Albán, Luis Carlos Mussó, Gabriel Espinosa, Miguel Molina y más.
Tenemos ante nosotros, desde ficción y no ficción que retrata la podredumbre latente en la politiquería, hasta propuestas de novela sin miedo a arriesgar o usar todos los juguetes literarios y explayarse; cada una es realmente mundo aparte. La oferta creativa incluye poesía, novela gráfica, fanzine y crece como un adolescente que es cercano a todos los ecuatorianos y aún promete ser muchas cosas valiosas.
Por Daniel Acosta Fuertes
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