Longos mismos somos: Identidades quiteñas en transición

24/07/2024

Autor/a:

Patricio Trujillo Montalvo PhD

En memoria de Alexei Páez Cordero y Boris Idrovo Vintimilla, mentes ilustradas, representantes de la identidad local que transitaron las calles de la francisca ciudad de Quito.

Aunque suene muy lejano, para quienes caminamos y crecimos en el Quito de los 80 y 90 del siglo pasado, la palabra longo tenía un significado agresivo, de hecho, era un insulto grave que provocaba una reacción violenta inmediata… “más longo serás vos y tú mama” y el evidente agravio era arreglado a “quiño (puñete) limpio”, en plena acera o calle de la ciudad y entre verdaderas barras de los espectadores que gritaban “dale a ese longo sucio” “pégale al longo alevoso”.

Fotografías: Andrés Sefla

A finales del siglo XX, un estudio inédito asumió el reto de describir y analizar las diversas significaciones de esa palabra causante de tantas y diversas sensaciones no bien entendidas ni explicadas entre los quiteños. Apareció un libro titulado Longos: una reflexión crítica e irreverente de lo que somos, firmado bajo el seudónimo de Jacinto Jijón y Chiluisa y abrió con mucho sarcasmo el debate sobre un espacio social poco explorado, planteando la existencia de un mundo heterogéneo de longos y longas:

Existen longos en todos los niveles sociales y culturales. La palabra “longo” (quichua ecuatorianizado) – específicamente “lungu” en quichua – define a los jóvenes post adolescentes, de acuerdo a los conocedores. Sin embargo, al parecer, su origen no es quichua sino latino, en términos hipotéticos la raíz puede corresponder a la palabra española luengo la misma que viene de la palabra latina longus. Tanto la definición española como su etimología corresponden a “largo”.

La hipótesis planteada por los autores del libro no distaba mucho de una realidad conceptual, puesto la palabra longo viene precisamente de latín longus que tiene el significado de largo, hubo en una época política muy reciente, hasta un ministro con apellido Long, Largo o Longo; sin embargo, la acepción de la palabra longo en la representación de la identidad quiteña, tenía un carácter eminentemente racista, como lo enuncia Jijón y Chiluisa. 

El término “longo” es ampliamente utilizado en el Ecuador. Claramente tiene un carácter peyorativo, excluyente y racista. Se lo utiliza generalmente para definir el color de la piel asociado con lo “indio” o lo mestizo andino y como tal se identifica con la pertenencia a “clases sociales” subordinadas (social y económicamente), dominadas políticamente, a las que se atribuye un subdesarrollo físico y sicológico y hasta genéticamente inferior, generados desde estratos socioeconómicos altos, caracterizados por tener una piel más blanca que el color promedio del ecuatoriano, individuos que incluso se fuerzan a no exponerse al sol para así conseguir un tono de piel menos trigueña y utilizan compulsivamente el agua y jabón para lavar el bronceado genético de su piel y alguna posible mancha verde que rodea al coxis.

La identidad quiteña por siglos vinculó a la raza con el color de la piel, esto como producto de un sistema de valores culturales adoptado sin la menor crítica desde el eurocentrismo y que nació producto del perverso racismo colonial, al que lastimosamente no hemos podido superar y que diferenció, segregó, excluyó a los pobladores en una pirámide de poder racial dentro de los siguientes códigos fenotípicos: 

. Primero están los que se creen blancos, pertenecientes a la clase alta, con poder económico, buenos apellidos y descendientes de los conquistadores, próceres libertarios y santos, son por lo tanto los civilizados y no son longos (pueden longuear a todos, como lo hacía un ex dueño de una universidad privada en Quito). 

. Luego están los mestizos pertenecientes a la clase media, aún con buenos apellidos, pero con mezcla, los que podrían ser civilizados si se educan en universidades privadas locales o en el mejor de los casos,  europeas o norteamericanas, para aunque parezcan no sean tan longos (con esta segunda clasificación se puede entender el éxito económico de las universidades privadas locales).

. Finalmente, en la base inferior de esta pirámide de poder, están los menos blancos, indios, mulatos, cholos, quienes ocupan los más bajos estratos de la sociedad y que son señalados como: longos, ancestrales, naturales, silvestres, primitivos. 

El problema de la quiteñidad, como forma de identidad y auto representación, al igual que para muchos otros pueblos latinoamericanos, se relaciona con el pasado colonial que dejó en su interior traumas difíciles de superar. La visión totalmente eurocentrista del mundo es uno de ellos. Ha sido difícil construir, por ejemplo, una historia propia, desde visiones y sentires propios, por el contrario, hemos incorporado acríticamente que todo lo blanco occidental es superior, asumiendo una historia “universal” como propia, en la que los europeos son los protagonistas y nosotros extras de segundo orden, “pueblos sin historia o pueblos a civilizar”.

El eurocentrismo modernizador, convertido en racismo, colonizó y aún hoy coloniza, con mucha más eficiencia por la fascinación de los aparatos tecnológicos y de los mundos virtuales, los cuerpos y mentes de todos pero en especial de las élites, en dos niveles: uno, psicológico individual que corresponde a los prejuicios y actitudes excluyentes; y otro, a nivel social, en donde el racismo actúa como una racionalización instrumental de una situación de miedo, temor y dominio de una raza a la que se denomina superior sobre otra que se cree inferior.

Es ese miedo estructural a verse en el espejo de cuerpo entero y sentirse racialmente inferior que convertía a la palabra longo en un insulto que llegaba a lo más profundo del ser hasta convertirse en algo insultante y violento. En el siglo XX, el longo que habitó la barroca y mestiza ciudad de Quito, debatía su identidad entre las ambigüedades de su condición de mezcla entre la cultura de los “blancos europeos” y la de los andinos nativos, bastaba con verlos en las famosas fiestas taurinas celebradas en los días de la fundación española de la ciudad, con botas para calzar y bota para beber, o en los migrantes retornados de su ciclo por las iberias adoptando el acento madrileño, pero con faltas ortográficas. 

Curiosamente esa imagen del mestizo longo es rechazada y hasta odiada por los denominados otros, en el primer caso, por los indios andinos que lo llaman ladino o en kichwa mishu mana vali (mestizo que no vales nada), puesto que se presentaban como el otro superior, aunque no fuera fenotípicamente blanco; y a la vez, era despreciado por los occidentales europeos por no ser iguales. Culpable, entonces, por un lado, por legitimar la opresión del racialmente superior y culpable, por el otro por no poder concretar el ideal de modernidad y civilización barroco de la localidad.  

La identidad es parte fundamental de nuestro reconocimiento como individuos y como comunidades, están atravesadas por lo tanto por innumerables referentes de pertenencia y de confrontación, somos quiteños serranos andinos, porque hay costeños, “monos” guayaquileños. Lo longo se convierte en un problema de identidades, por las diferentes mascáras que llevamos para intentar relacionarnos con un mundo social de estereotipos y prejuicios raciales.

Pero también, luego del intenso debate que produjo la obra de Jijón y Chiluisa, se llenó de otros sentidos de pertenencia y para muchos de las nuevas generaciones dejó de ser únicamente un insulto racista para convertirse en algo positivo, algo así cuando las madres dicen “longuito mío”. El texto había cumplido su fin, ser un canal de discusión de significantes, llenar un concepto con otros significados y no dejarlo vacío. De esta forma se cumplía con lo que los autores intentaron dejar con la obra, lo longo no se relacionaba a lo fenotípico racial sino a las actitudes depredadoras, abusivas, excluyentes de algunos miembros de la sociedad que se dicen mejores. Por ejemplo, que más longos desde ese concepto resignificado que los autodenominados “quiteños de bien”, los que dicen representar a una moralidad correcta de una ciudad, aunque sus representantes sean  deshonestos banqueros y corruptos representantes de las élites comerciales que usan su poder para su lucro personal y de sus familias.

Del reconocimiento a lo que somos como identidades se ha rescatado en este siglo XXI, una más `saludable` identidad de los quiteños, sin tanto complejo o trauma racial y eso se ve en la aceptación cada vez más cotidiana de las nuevas generaciones, del mestizaje sin el temor, la duda o el miedo de que esa mezcla sea causa de un entrevero genético entre una raza inferior. Quizá ese fue el legado positivo del libro Longos que resignificó una palabra ofensiva y la convirtió en un significante de identidad. Rescatamos nuestra quiteñidad, lo barroco de nuestra vida, la poética de la música y de nuestro hablar¡¡¡¡Simón no… longos mismos hemos sido y quefffff!!!

por Patricio Trujillo Montalvo PhD
Longologo. Docente titular Pontificia Universidad Católica del Ecuador