La violencia de la cultura y la cultura de la violencia

25/08/2024

Autor/a:

Públicos

Seguramente estamos en el umbral de un tipo de sociedad muy difícil de conceptualizar, pero hay signos y evidencias. Y aunque resulta complejo predecir, las ciencias sociales tienen herramientas para imaginar el modo de vida que en adelante nos propone este presente. Hay autores muy recomendados y libros clave, por ejemplo, Futurabilidad, de Bifo Berardi. O, aquel clásico Arqueologías del futuro, de Fredric Jameson. Por eso, ante un presente caótico, las artes, los ‘estudios culturales’ o las investigaciones académicas se han concentrado (y agobiado) en una sola dirección: la violencia múltiple y transversal que nos atosiga y, a la vez, define distintos procesos en el planeta, en lo que va del siglo XXI.

Ya no hablamos de la violencia de la guerra, del conflicto bélico o de la represión plena y cotidiana a los movimientos insurgentes y de resistencia. Las dos guerras mundiales, con todos sus horrores, estaban a la vista y mostraban a los adversarios en el ‘campo de batalla’. La ‘guerra fría’ también expuso en una serie de acciones (muchas de ellas indirectas y otras soterradas) documentadas, no siempre desde la mirada del vencedor, sino en investigaciones multidisciplinarias. 

Fotografías: Andrés Sefla

Ahora hablamos de una violencia difícil de definir, pero sí fascinante para reflexionar y ojalá conceptualizar más allá de los patrones con los que se mueven los autores de ‘occidente’ o los trabajos de distintas corrientes de pensamiento. Y partimos de lo que el mismo Berardi señalaba: La futurabilidad es una capa de posibilidades que pueden evolucionar o no para convertirse en realidades. Es decir, hoy mismo ocurren acontecimientos globales determinantes de lo que podemos imaginar en los próximos años. Uno -quizá el más doloroso- es la idea de desaparecer a un pueblo, a una cultura, a una lengua y a una tradición, como lo que hace Israel con el pueblo Palestino. Otro, en una dimensión igual de violenta, lo que se vive en la Amazonía (brasileña, peruana, ecuatoriana, colombiana y boliviana) con transnacionales arrasando la ‘selva’ y, con ello, a pueblos y culturas, con el único afán de usufructuar los recursos naturales para una acumulación acelerada de riqueza, asegurando ‘desarrollos’ supuestamente económicos y de engrandecimiento de la humanidad.

Todo esto pone también en discusión si las violencias no están intrínsecamente sustentadas en democracias, políticas y acciones públicas que las legitiman; además de homogeneizar a los valores e instituciones como universales y ‘totalitariamente’ necesarias para todo el planeta. 

Entonces, de continuar ese ‘escenario’: ¿Qué podemos imaginar para la siguiente década? ¿Dónde van a quedar los registros de esos pueblos y naciones, si su desaparición latente sitúa a una sola ‘cultura’ y a unos modos de vivir, como advertencia a todos aquellos que se revelen a ese sistema de dominación y de exterminio?

Lo único seguro es la instalación del miedo como sentido de sobrevivencia y sumisión. Así no hay ‘alternativas’, alteridades. No hay ‘un otro’. Por el contrario, ese otro ya no es un sujeto, se condiciona a ser ‘otro’ del mismo sujeto dominante. La tolerancia adquiere, entonces, ese valor paradójico y ambiguo, pues determina un comportamiento pasivo, dejando que las atrocidades sean tapadas, impunes y una garantía del ‘ecosistema’ cultural predominante. 

Para que suceda todo esto, a la vez, ha ocurrido otro fenómeno violento y peligroso: la simultaneidad de acontecimientos y la velocidad de los mismos. Así, en el vértigo se desvanecen todos los conflictos y desaparecen todas las víctimas. Si la ‘guerra’ de Ucrania podría desaparecer a una nación y sus tradiciones culturales; si la invasión del territorio palestino ya es un capítulo del ‘conflicto’ de Medio Oriente, lo que ocurrirá mañana puede ‘ocuparnos’ por meses y dejar de lado esos dos genocidios que transcurren simultáneamente de manera espantosa. Eso sí, mientras tanto desaparecen pueblos en la Amazonía de manera silenciosa y nadie se escandaliza. 

Y, por si fuera poco, todas esas guerras, esos genocidios y la narrativa mediática giran alrededor de la ‘defensa de la libertad’. No hay un solo opresor genocida que no use la palabra libertad para justificar la desaparición de pueblos y naciones. Claro, una libertad que se ha individualizado, se impone para que cada ciudadano o ciudadana respire desde ahí y con ello aplauda o calle ante esas grandes potencias militares e industriales.

Por tanto, la cultura de la violencia está arraigada en ese ‘valor supremo’ llamado libertad que se ha interiorizado para que no tengamos las ‘ganitas’ de cuestionar esas guerras, esos genocidios. Además, las generaciones que nacieron y crecieron con los videojuegos han visto ya como un acto más de su entretenimiento lo que se ve en los noticieros. Hay tantos muertos en su retina y memoria que los cadáveres reales en Palestina, Rusia, Ucrania o Amazonía son apenas una sombra de lo que en sus pantallas ligeramente son clicks o teclas instantáneas y simultáneas. 

La otra palabra es democracia. La usan sobre todo los más acérrimos defensores del neoliberalismo y los fanáticos instalados en el fascismo. Si un crítico o un artista cuestiona su modelo y régimen, entonces no es democrático y, por tanto, pasa al otro lado del muro como un apestado o también como un terrorista. La democracia ya no es el gobierno del pueblo o el poder del pueblo, sino el programa del FMI o la receta de una transnacional, que ahora bien puede ser Facebook o la red X-antes Twitter– dominadas por los hombres más poderosos del planeta, quienes deciden qué gobierno es democrático, qué país entra en sus patrones de libertad y con cuáles gobiernos pueden establecer relaciones de ‘reciprocidad’. 

Democracia es libertad y libertad es democracia. Esa es la fórmula de la paz, de la armonía y de la convivencia entre los pueblos y entre los estados. Pero a la vez, esas dos palabras, ya impuestas unívocamente, sólo pueden tener pleno valor si se las despoja de la política. La palabra política no puede existir, porque los políticos no sirven, mucho más si son de izquierda o de pueblos y nacionalidades periféricas al mercado y a los centros de poder y circulación del gran capital. Por lo tanto, la libertad y la democracia no se pueden ejercer con políticos y con la política. 

¿Así estamos construyendo esa ‘futurabilidad’? ¿En ese escenario vamos a vivir las próximas décadas y ahí los pensadores y artistas se expresarán para no ser eliminados o anulados? ¿La violencia que asesina la reputación de quienes no se ordenan en esa lógica no es la que vemos, incluso, desde artistas y académicos de nuestro país, plegados a una ‘corriente’ de pensamiento que moralmente sentencia a todo ese ‘otro’ ajeno o no alineado?

Para cerrar: la violencia criminal de los últimos tres años en Ecuador ha dejado colgados debates de este tipo, porque seguramente son urgentes las preocupaciones que nos impone el sicariato y la narrativa policial de los medios. Sin embargo, se adecenta, silenciosamente, el camino para que la insurgencia de pensamiento crítico al futuro inmediato, que estamos ya viviendo, sea anulada o desterrada. 

Incluso, parafraseando a William Ospina, en el documental Lobo del lobo, diríamos que necesitamos libros que hablen con el mundo, con la actualidad, con la realidad inmediata y palpitante de esta sociedad, pues la literatura juega un rol importante en el proceso de salvación del mundo. “Necesitamos mitos nuevos y una poesía que enlace lo más antiguo con lo más innombrado, con lo que todavía no tiene nombre”, decía el escritor colombiano. 

La literatura, el ensayo, el teatro, la pintura, el cine y otras expresiones han quedado a la espera de una discusión social más amplia y de una producción crítica en este nuevo escenario de vida y de sobrevivencia. Los foros son entre los mismos, a veces solo entre los que se alinean con una corriente política e ideológica, porque enfrentarse, en el debate, con el otro ‘me anula’ o ‘me alinea’. Si participo de ese foro o panel legitimo al organizador, aunque no esté del todo en desacuerdo con sus objetivos de reflexión. Pero, por el solo hecho de estar del ‘otro lado’, ya no puedo confrontarlo. Incluso, se ha llegado a la cruel realidad de que “hablando entre nos” somos más democráticos, libres y menos politizados que aquellos que se instalan en la ‘dictadura’, en el ‘comunismo’ o en el ‘totalitarismo’. Si el autor de un cuento o una novela, obra de teatro o película se atreve a cuestionar al neoliberalismo o al régimen del capital y la globalización entonces no entra en el canon, menos en las librerías, salas o auditorios ‘tradicionales’. 

Si todo esto no es violencia cultural, entonces de qué estamos hablando…

por Públicos
Revista de artes y pensamiento