Llegó a mí como una epifanía, cuando presté atención a lo que se me decía en la calle. Usualmente evitaba hacerlo como una fórmula de autocuidado ante tantas violencias. Era extraño porque, a la vez que la ciudad me exigía estar altamente consciente de lo que pasaba a mi alrededor para prevenir o no dar papaya a esas violencias, también me invitaba a subsumirse en mi propio mundo para amenizar los caminos. En todo caso, aquella vez que presté atención, un hombre me gritó: «¡Qué rica bemba, flaquita!». Ahí me di cuenta de que los cuerpos negros tenemos bemba. Los demás tienen labios. También me entraron unas profundas ganas de encerrar mi cuerpo escuálido e infantil en ese entonces, un cuerpo feminizado y racializado, para que no sea visto nunca más por el mundo. Luego entendí que nada de eso iba a ser suficiente porque el problema nunca fue mi cuerpo, sino los significados que el mundo le ha atribuido contra mi voluntad.

Crecí en conflicto con mi cuerpo. Esto no es casual tomando en cuenta que crecí en Guayaquil, una ciudad desracializada, como muchas otras en Ecuador, que tiende a negar la presencia y aportes constitutivos que la población afrodescendiente ha hecho por esta ciudad desde su propia fundación. En Guayaquil, la raza supuestamente no importa, aunque comúnmente está en la boca de la gente a través de frases altamente racistas que aluden a la racialización como estructura: que «trabajo como negro», que «parece merienda de negros», que «qué cholo», y tantas otras.
Guayaquil es el hogar de, al menos, 256.250 (INEC, 2010) personas afrodescendientes en este país, siendo así la ciudad con mayor población afrodescendiente en Ecuador. Guayaquil, en particular, fue el hogar, hasta antes de su asesinato, de Josué e Ismael Arroyo, Nehemías Arboleda y Steven Medina, cuatro niños afroecuatorianos desaparecidos por miembros de las Fuerzas Armadas el 8 de diciembre de 2024, y cuyos cuerpos fueron encontrados, un mes después, calcinados cerca de una base militar en Taura, Naranjal, un cantón aledaño. Pienso en Josué, Ismael, Nehemías y Steven porque es nuestra obligación colectiva pensarlos para mantener viva su memoria y reclamar justicia para con ellos y sus familias. Además, este ejercicio permite dirigir la mirada a las ausencias: aquello que falta, aquello que no está garantizado.

Su desaparición inició con su detención arbitraria por parte de agentes militares. Todo apunta a que dicha detención se realizó por perfilamiento racial: una práctica por la cual agentes de seguridad, policiales o militares criminalizan, desde sesgos racistas, a personas racializadas. Esta práctica racista afecta principalmente a personas negras y afrodescendientes por estereotipos deshumanizantes que asocian nuestras corporalidades étnicoraciales con la criminalidad.
Dolorosamente, el perfilamiento racial hace parte de la cotidianidad de las personas negras y afrodescendientes, especialmente de los hombres. En Ecuador, esta práctica se ha visto directamente reforzada por la militarización dispuesta por el presidente Daniel Noboa Azín a través de la declaratoria de conflicto armado interno (CAI) decretada el 9 de enero de 2024 y sus sucesivos decretos de estado de excepción.
En este contexto de militarización, se ha construido discursivamente un «enemigo interno» representado en los cuerpos de las personas racializadas y empobrecidas, esas que siempre aparecemos ausentes para el Estado: no somos, no estamos, no pertenecemos más que para el sostenimiento no reconocido de la vida. Y, sin embargo, en esas ausencias, también somos instrumentalizadas en sus discursos racistas. Nuestros cuerpos, que tienen bemba y no labios, son leídos como sospechosos. Ya lo dijo Oyèrónkẹ Oyěwùmí con la lucidez que la caracteriza: «el cuerpo es la piedra angular en que se funda el orden social» (2017, p. 39). Ese orden social racista, entre otras cosas, nos ubica en posiciones que ponen en riesgo nuestras vidas.
Nunca hemos sido pasivxs ante esto. Hemos tenido que insistir históricamente que nuestras corporalidades étnicoraciales nada tienen que ver con la criminalidad. Al contrario, lxs criminales han sido más bien ellxs: quienes colonizan, quienes explotan, quienes precarizan, quienes perfilan racialmente, quienes desaparecen niños, quienes los asesinan, quienes dan las órdenes para que todo esto suceda. Luego está la otra cara de la moneda, en la que las mismas características corporales por las que se nos criminaliza de pronto resultan atractivas en cuerpos distintos y distantes. Me refiero aquí a personas que no son negras ni afrodescendientes, pero que buscan asemejar nuestras bembas, nuestros peinados, nuestros colores de piel, nuestros acentos, todo para vender una imagen de racialización digerible. Lo negro y lo afrodescendiente les resulta un disfraz mercantilizable a poner y sacar según su conveniencia, tal como se hace a través del blackface. Esta práctica resulta ser, de hecho, su pariente más cercana: el blackfishing. El blackfishing es el acto de aparentar ser una persona negra o afrodescendiente sin serlo. Este término fue acuñado en 2018 por la periodista afroestadounidense Wanna Thompson a partir de la combinación de las palabras black y catfishing1. Se trata de una práctica extractivista por la cual, personas que no atraviesan procesos de racialización vinculados a la negritud, se apropian de nuestras características e identidades étnicoraciales. Para esto, se someten a cambios en su apariencia corporal a través de maquillaje, bronceado, peinados, cirugías estéticas o gestos.
Como en toda práctica extractivista, quien hace blackfishing busca beneficios económicos, como acceder a cargos a través de acciones afirmativas o vender productos artísticos o culturales afrodiaspóricos a través de su validación estética. Claro, todo esto ocurre sin tener que asumir las consecuencias más violentas de la racialización: la angustia cotidiana de ser encontradxs sospechosxs por el solo hecho de habitar nuestros cuerpos; cuerpos de los cuales, contrario a quienes hacen blackfishing, no nos podemos deshacer como quien se deshace de un disfraz que ya no sirve o está pasado de moda. No está demás aclarar que tampoco esa es nuestra intención: el problema, nuevamente, nunca han sido nuestras bembas ni nuestros peinados ni nuestros acentos, sino los significados negativos que el mundo les ha atribuido.
Cuando el blackfishing se lee en contexto histórico, es posible observar una manifestación contemporánea del disciplinamiento colonial que se ha intentado hacer de nuestros cuerpos negros y afrodescendientes. De acuerdo con Maha Ikram Cherid (2021), la mercantilización de las culturas negras hace parte de una intención sistemática de domesticar el estereotipo de ‘la persona negra peligrosa’ —estereotipo por el cual se nos perfila racialmente— únicamente para el consumo y monetización de audiencias blancas. El blackfishing es, en este sentido, la expresión más macabra de apropiación de la negritud, ya que desplaza la presencia de cuerpos negros y afrodescendientes de espacios céntricos sin que sistemáticamente se dejen de criminalizar nuestros cuerpos periferizados.
Han construido la idea de que nuestras bembas son sospechosas, que nuestros cabellos son peligrosos, nuestros colores de piel son evidencia incriminatoria. Nos convierten en un «enemigo interno» extraño y externo para, al mismo tiempo, tomar lo nuestro y comercializarlo sin el peso de nuestra historia ni las cicatrices de la racialización. Es la paradoja del racismo: nos quieren ausentes, pero nos ocupan presentes para extraer de nosotrxs un disfraz étnicoracial, sin asumir lo que implica habitar nuestros cuerpos. Y, sin embargo, aquí somos, estamos y seguimos: resistiendo en la frontera marcada por el perfilamiento y el extractivismo con cada palabra, con cada memoria, con cada cuerpo que se niega a ser expulsado.
por Lois Nwadiaru
Abogada e investigadora sociojurídica afroecuatoriana. Especializada en derechos humanos desde una perspectiva étnicoracial y de género
Bibliografía
- 1. Práctica por la cual una persona crea un perfil falso en internet para hacerse pasar por otra persona y obtener así un beneficio a su favor. ↩︎
Referencias
Cherid, M. I. (2021). “Ain’t Got Enough Money to Pay Me Respect”: Blackfishing, Cultural Appropriation, and the Commodification of Blackness. Cultural Studies ↔ Critical Methodologies, 6(5): 1-6. https://shorturl.at/54Zyy
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC). (2010). Así es Guayaquil cifra a cifra. https://shorturl.at/CsqUv
Oyěwùmí, O. (2017). La invención de las mujeres: Una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género. en la frontera. https://shorturl.at/skR3m