Salí en búsqueda de un Quito visual, para recuperar en la retina alguna perspectiva de lo que no tenemos o de lo que podemos hacer y no hallamos.
Salí en búsqueda de un Quito visual, para recuperar en la retina alguna perspectiva de lo que no tenemos o de lo que podemos hacer y no hallamos.
En el camino, en el que escojo como un devenir, encontré una ciudad de tonos rosados, casas rosadas, murales con rosado, como si de alguna manera en ese rosado tierno y apastelado, buscáramos huir de algo, mirar a otro lado.
Se ven mujeres en las paredes pintadas, siendo parte activa de la voz visual de esta ciudad. Hay una notoria presencia de manifestaciones feministas. Empieza el recorrido en el barrio La Mariscal, con una intervención urbana de las artistas Paula Arias y Camille Cote.
Hay un ánimo de estetizar la ciudad. Usar las paredes de los pasos a desnivel para realizar intervenciones que les provoquen al transeúnte, al chofer, a los pasajeros de esos buses abarrotados y pestilentes.
Y en esta ciudad, para muchos, todavía colonial, hay edificios y casas, pero también sus costados y espaldas, donde prima el bloque gris de cemento o las paredes sucias y otras desgarradas de sus orígenes.
En el trayecto también cruzó por el taller del artista Francisco Galárraga. Francisco pinta Quito y lo cotidiano. Finaliza el recorrido con una postal de una ciudad con bicicletas parqueadas y un hombre sin cabeza.