Sincretismo en el matrimonio indígena: más allá de la fiesta
Cuando hablamos de la fiesta es recurrente pensar en la diversión, la comida, las personas con las que nos encontraremos y, por supuesto, en nuestras mejores galas. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre su verdadero sentido.
Cuando hablamos de la fiesta es recurrente pensar en la diversión, la comida, las personas con las que nos encontraremos y, por supuesto, en nuestras mejores galas. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre su verdadero sentido.
Un ejemplo son los matrimonios. Basta mencionar esta celebración para imaginar el magno evento que vamos a presenciar. Aunque sentimos emoción por la unión de la pareja, inconscientemente pensamos en el placer inmediato que nos proporcionará la experiencia. Una vez en el evento, no descuidamos ningún detalle y, después, solemos comentar con los demás —a modo de «chisme»— lo que no nos gustó o lo que habríamos mejorado. De esta manera, dejamos de lado nuestros afectos por los homenajeados y nos enfocamos en esta experiencia superficial, una experiencia líquida.
Entendiendo este placer de manera efímera y tratando de profundizar en su esencia, quiero contarles que, en nuestro país, tan rico y diverso en costumbres y tradiciones ancestrales, el matrimonio en las comunidades indígenas adquiere una dinámica particular que visibiliza el sincretismo de esta ceremonia. “Sawari”, palabra kichwa que significa “matrimonio”, tiene su esencia en la ritualidad vinculada a la cosmovisión andina, que varía según la zona.
Desde la provincia de Imbabura, les invitamos a acompañarnos en un viaje literario para vivir esta ritualidad, más allá de la fiesta. La celebración inicia con la salida del novio desde la comunidad de Eugenio Espejo de Cajas acompañado de familiares y amigos. Se preparan las mejores ofrendas para dirigirse a la casa de la novia y llevarla para el acontecimiento.
Entre emociones de felicidad y un tanto de nervios, el novio va halando la cuerda que lleva un borrego que será entregado a su futura suegra, en símbolo de gratitud por el nuevo vínculo a formar. En el camino se escuchan melodías de acordeón y guitarras que amenizan el ambiente para el novio y sus acompañantes. En ocasiones se hacen paradas para bailar en círculo y disfrutar de la música.
Llegamos a la comunidad de Pijal, a la casa de la novia. Su madre recibe a todos con entusiasmo y continúa con la bendición al novio. Además, da algunos consejos para que lleven con sabiduría esta nueva unión. En este momento, los padres de los futuros cónyuges toman el protagonismo e intercambian palabras, augurando los mejores deseos para sus hijos.
El novio, finalmente, se encuentra con su prometida. Ella luce un gran vestido blanco, un detalle que a primera vista llama la atención.
Continuamos con nuestro trayecto hasta una recepción en Coraza Pamba, ubicada a orillas del lago San Pablo. En este lugar se lleva a cabo la ceremonia nupcial, donde observamos que siguen los patrones de una boda mestiza convencional. Sin embargo, al observar con detenimiento los detalles en la vestimenta y los rituales, se revela un interesante sincretismo entre las prácticas indígenas y occidentales. Este encuentro entre culturas, que podríamos no haber esperado al pensar en una boda indígena, demuestra cómo las tradiciones locales han incorporado las influencias externas.
Hay una pausa durante la fiesta, mientras la novia cambia el vestido blanco por su vestimenta tradicional (camisa bordada, centro, wallkas y alpargatas) de la cultura Kichwa Kayambi, parte de su identidad. Al igual que la vestimenta, el entorno también cambia. Con el imponente Taita Imbabura como testigo en el horizonte, familiares y amigos de los novios se concentran alrededor de una chakana (cruz andina), símbolo que representa la unión entre el Kay Pacha (el aquí y el ahora) y el Hanan Pacha (el mundo de arribo, el cosmos). Junto a esta cruz, se observan pétalos de flores, comida y elementos representativos de la naturaleza, que durante el ritual serán bendecidos y serán el puente de bien energético para todos.
Los novios, acompañados de su hija, caminan al centro de la chakana, donde los espera un Yachak (sabio), quien es el encargado de dirigir esta ceremonia. Es aquí, en este espacio sagrado, donde inicia el ritual.
El Yachak emplea elementos representativos de la tierra como el fuego y el agua, mientras bendice a la familia. Cada uno de estos elementos tiene un sentir y una intención. El fuego es el abuelo y el eje principal de la ceremonia, que busca el equilibrio en la espiral de la vida; mientras que el agua es el símbolo de la purificación y la renovación. El significado de estos símbolos varía de acuerdo a la interpretación y apropiación de cada individuo.
Volvemos a la ceremonia donde, lo que sigue es que los novios se dedican palabras profundas y emotivas, prometiéndose una vida llena de equilibrio y amor.
Cuando este acto culmina, los invitados, amigos y familiares se encuentran conmovidos porque se ha consumado esta unión y se reúnen para festejar a la pareja, disfrutando del baile y los manjares que los novios prepararon para la celebración.
La ritualidad de la vida indígena se hace visible en un acto íntimo que trasciende a la fiesta y se conecta con la espiritualidad ancestral. Experimentamos el sentido de unión, de la conexión profunda con la tierra y con el alma. Lo sagrado y lo cotidiano se entrelazan siendo testigos del amor de la pareja.
En definitiva, el sincretismo en la celebración del matrimonio indígena nos demuestra que, pese a las influencias coloniales, persiste la resistencia y se preservan las tradiciones. Podríamos decir que pese a la resignificación que se les ha dado a estas costumbres, todavía se mantiene su esencia.
Esta es una invitación a reflexionar sobre el sentido y propósito de todas las prácticas que realizamos en nuestra vida diaria, más allá de una celebración. En la realidad fragmentada y acelerada que vivimos, corremos el riesgo de dejar en segundo plano nuestra sensibilidad, nuestra ternura del ser y nuestro corazonar.
Es hora de detenernos y cuestionarnos ¿Estamos conectados con nuestra esencia y con los demás?
Por Remigio Inlago y Evelyn Flores
Fotografías y texto