Hablar de tecnologías en relación con la cultura, el arte y los patrimonios implica preguntarse por el modo en que estas herramientas han transformado y siguen transformando nuestras formas de crear, narrar, circular, apoyar y sostener proyectos culturales. En un país como Ecuador, donde muchas veces el acceso al arte se concentra en ciertos sectores sociales o geográficos, lo digital ha abierto nuevas posibilidades para quienes trabajamos, ya sea como artistas o como comunicadores culturales. Desde mi experiencia, estas herramientas no solo han sido útiles, han sido esenciales para crear espacios alternativos donde las voces emergentes, especialmente las de mujeres y disidencias, puedan encontrar un lugar seguro y, sobre todo, reconocimiento y escucha.

Mi reflexión parte de un proyecto que creé: «Conociendo a», una plataforma digital que se muestra en redes sociales como TikTok, Instagram, Facebook, cuyo objetivo es poder visibilizar a mujeres artistas ecuatorianas y personas de identidades disidentes en el campo de las artes. Esta idea surgió como una necesidad personal de conectar verdaderamente con artistas y conocer sus vidas, sus proyectos, pero también como una forma de responder a una ausencia tan evidente en los espacios como son los medios tradicionales y con ello, la falta de representación diversa en el arte nacional. En Ecuador, la mayoría de las narrativas dominantes en torno al arte han sido construidas desde una mirada centralizada, masculina y muchas veces elitista. Y aquí es donde me pregunto: ¿En dónde están las artistas mujeres? ¿Dónde están las músicas trans, las ilustradoras negras, las poetas indígenas? Si no aparecen en los medios, ¿Cómo las conocemos? ¿Cómo conocemos su arte?


En ese contexto, la tecnología se ha convertido en una herramienta importante para poder mostrar a las artistas de este país. A través de redes sociales, entrevistas grabadas, publicaciones y colaboraciones con las artistas, Conociendo a ha logrado llegar a un público que, aunque quizá no es masivo, sí está profundamente conectado con la idea de un arte más justo, más equitativo y más representativo. Me interesa destacar esto porque muchas veces se subestima el poder de las pequeñas audiencias. Hay que tener claro que no se trata solo de cantidad, sino de calidad de la conexión que generamos con quienes consumen, comparten y valoran el contenido cultural. En una sociedad donde todo parece medirse en likes y seguidores, lo verdaderamente transformador es poder generar un diálogo, y eso lo he comprobado en cada comentario, cada mensaje, cada persona que me dice: “Gracias por mostrarme a esta artista, no la conocía”. También lo veo en las palabras de las propias artistas, muchas de las cuales me han expresado su gratitud por contar con un espacio donde pueden mostrarse sin prejuicios, con libertad, siendo ellas mismas. Conociendo a se ha convertido, poco a poco, en un lugar seguro, donde todas pueden compartir su arte y su historia sin filtros impuestos, sin tener que encajar en una imagen esperada. Y ese tipo de espacios, aunque digitales, también son parte del tejido cultural que queremos fortalecer.

Hablar de cultura y patrimonio en el entorno digital también implica repensar qué entendemos por estos términos. Tradicionalmente, el patrimonio se ha asociado a lo monumental, a lo histórico, a lo que debe preservarse sin alteración. Pero hoy sabemos que el patrimonio también es dinámico, vivo, en movimiento. La memoria cultural se reconstruye constantemente, y las tecnologías han abierto nuevos canales para hacerlo como son los archivos digitales, documentales, podcasts, exposiciones virtuales, performances en vivo. La pregunta ya no es si estas prácticas son “válidas” como forma de cultura, sino cómo las acompañamos, cómo las fortalecemos y cómo las legitimamos desde las instituciones y desde la sociedad.
Por lo tanto, la difusión y circulación del arte mediante las plataformas digitales en Ecuador se enfrenta a desafíos significativos. Por un lado, tenemos iniciativas potentes y comprometidas, llevadas a cabo por artistas, colectivos y medios alternativos. Pero, por otro, todavía enfrentamos problemas estructurales como la falta de acceso a internet en zonas rurales y escaso apoyo estatal a proyectos culturales independientes. Aunque parezca que todos estamos conectados, la brecha digital sigue siendo profunda y, a veces, invisible. Aunque suene duro, esto es una realidad porque muchos artistas con propuestas muy valiosas no tienen los recursos para sostener una presencia digital constante, y eso limita su visibilidad, su crecimiento y su posibilidad de conectar con públicos más amplios.

Aquí es donde la tecnología también se convierte en una herramienta de justicia cultural. No solo nos permite contar nuestras historias, sino que nos ofrece la posibilidad de redistribuir el poder simbólico: de quién habla, de quién se muestra, de quién se escucha. En Conociendo a, decidí enfocarme únicamente en mujeres y disidencias, no por excluir, sino por equilibrar. La figura masculina ha estado sobrerrepresentada durante siglos; hoy es necesario abrir otros espacios, otras narrativas. Y si no los hay, los creamos. En ese gesto existe esperanza. Porque cada vez que una artista encuentra su voz en un medio digital, se amplía la noción de lo que entendemos por cultura ecuatoriana.
Ahora bien, ¿estamos listos como país para sostener este tipo de propuestas? La respuesta es compleja. Desde una perspectiva institucional, todavía falta mucho por hacer: marcos legales que reconozcan y protejan los derechos de los creadores digitales, políticas públicas que fomenten el arte emergente, incentivos para plataformas comunitarias, financiamiento real para proyectos culturales. Pero desde lo social y lo colectivo, se nota una creciente disposición a escuchar, a aprender y a apoyar. Cada vez más personas entienden que el arte no es solo entretenimiento, sino una forma de construir identidad, de resistir, de imaginar otros futuros posibles. Y en ese sentido, la tecnología puede ser la gran aliada, si la usamos con conciencia, con propósito y con visión crítica.

Es importante también recordar que las tecnologías no son neutrales, ya que, como menciona Cristóbal Cobo en el documento de la Fundación Santillana (2019), estás están diseñadas con una lógica en participar que influye en su uso y en los efectos que producen en la sociedad. Todo esto atravesado por intereses, por estructuras económicas, por lógicas extractivas. Las plataformas que usamos para visibilizar el arte también generan algoritmos que priorizan ciertos contenidos sobre otros. Por eso, parte de nuestro trabajo como comunicador cultural es cuestionar esos mecanismos y encontrar formas alternativas de circular nuestras voces. A veces eso implica volver a lo íntimo, a lo artesanal: grabar una entrevista con el celular, editar un video, hacer una exposición en una cuenta de Instagram o de alguna otra red social. No se trata de competir con los grandes medios, sino de habitar el margen con creatividad y convicción.
Para finalizar, las herramientas tecnológicas han transformado profundamente la manera en que se desarrollan, promueven y circulan la cultura y el arte en Ecuador. Desde mi proyecto personal, he comprobado que sí es posible generar impacto desde lo digital, construir comunidades afectivas y aportar a una memoria cultural más diversa e inclusiva para todos. Pero para que estas experiencias funcionen necesitamos un ecosistema que las sostenga: con acceso, con educación, con voluntad colectiva y, sobre todo, apoyo. Solo así podremos hablar de un verdadero diálogo entre tecnología, arte y patrimonio, en un país que aún tiene mucho por contar y por escuchar.
por Alex Ledesma
Comunicador cultural y creador de contenido
Bibliografía
Cobo, Cristóbal. (2019). Acepto las Condiciones: Usos y abusos de las tecnologías digitales, Fundación Santillana, Madrid.