El 7 de enero, en la ciudad de Quito, se desarrolló un segundo plantón convocado por diferentes actores del pueblo afrodescendiente y estudiantes indignados por el asesinato de cuatro niños en el sector de las Malvinas, en la ciudad de Guayaquil. Josué, Ismael, Saúl y Steven fueron desaparecidos por una patrulla militar perteneciente a la base aérea de Taura, conformada por 16 uniformados implicados, que en su relato afirman haber detenido a los niños en delito flagrante y llevarlos hacia la base militar a 42,4 kilómetros de distancia, aproximadamente 60 minutos en automóvil, pero que en el camino se “les conmovió el corazón” y los dejaron libres.
Ellos fueron los últimos en saber de su paradero. Un testigo presencial afirma que encontró a los niños desnudos y con signos de tortura en la carretera, luego de las 22h30 de la noche. Además, este testigo afirma haber prestado el teléfono a uno de los niños para comunicarse con su padre, pero que llegaron en cuatro motocicletas personas encapuchadas y se los llevaron.
La línea investigativa de la Fiscalía afirma que luego de la llegada del convoy militar, salieron motocicletas de la base militar Taura. Independientemente de si fueron los militares los asesinos, o si fue algún grupo mafioso o ambos en coordinación, lo cierto es que cerca de la base fueron descubiertos los cuerpos de los niños asesinados e incinerados. La vinculación es clara e inobjetable, por crimen de desaparición forzada. Los militares tienen responsabilidad probada al ser estos mismos los que confesaron que se los llevaron y al ser ellos servidores públicos. Desde el momento de la aprehensión fue obligación estatal el bienestar de cada uno de los niños que fueron ilegalmente aprehendidos.
Cabe recalcar que la patrulla militar no se encontraba en un operativo y que la detención fue arbitraria y, aún si hubiese sido legítima, ningún servidor de las fuerzas estatales está en capacidad legal de detener niños; en el caso de Steven de 11 años, lo único para lo que está facultado cualquier gendarme, era llevarlo resguardado ante sus padres, y en el caso de los 3 adolescentes, el único procedimiento adecuado, en caso de delito flagrante, era remitirlos a la Policía y estos directamente a la DINAPEN, que es la dependencia del Estado facultada para detener menores infractores. Aun así no hay una sola denuncia, ni perjudicados ni testigos que corroboren la versión de la defensa de los militares que aseguran los detuvieron al encontrase en delito flagrante, pero aún más grave es que se los está investigando por ejecución extrajudicial, lo que ha generado una ola de indignación afrodescendiente, que se ha visto reflejada en las calles, foros, redes sociales, murales, hogares y otros espacios que exigen, exigimos, la justicia por los cuatro niños que nos faltan.

Acabamos de vivir un crimen de Estado terrible contra cuatro de nuestros niños afrodescendientes de Guayaquil. El Estado, mediante su aparataje coercitivo, los secuestró, torturó y, probablemente, los asesinó. Incluso planea mantener este hecho impune con ayuda de la estructura hegemónica del gobierno de Daniel Noboa que cierra filas alrededor de los militares para protegerlos y con ello asegura la predisposición del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas para mantenerse serviles a las órdenes y caprichos del candidato presidente.
Fue el Estado neocolonial que los abandonó, fueron sus fuerzas de seguridad, el Plan Fénix, el gobernante y sus subalternos, fue el militarismo estatal y el racismo estructural que sigue considerándonos personas de segunda clase a las y los afrodescendientes, manteniéndonos en una condena perpetua por nuestro color de piel.
Este hecho tan despreciable, debería haber indignado las mentes de todos aquellos que consideran la vida de los niños sagrada, para cualquier persona que se considera sana psicológicamente o que, al menos, tenga cierto grado de humanidad, pero no fue así. Cientos de afrodescendientes salimos a las calles indignados, con el apoyo de aliados mestizos valiosos para nuestra lucha. Hoy, más que nunca, son muchos más, dentro del mundo blanco mestizo, los que piensan que ser negro es sinónimo de delincuencia y subhumanidad y que merecemos esos tratos reprochables porque estamos predispuestos históricamente a la maldad y el servilismo, incluso llegan a justificar el asesinato de niños y piden que se derrame más de nuestra sangre afrodescendiente en los guetos y suburbios de las zonas en donde tenemos presencia.
Solo hace falta entrar un momento en redes sociales para encontrarse con miles de mensajes que camuflan el patriotismo con actos de franco racismo. Eso es el claro ejemplo de lo que ha hecho esta ideología colonial aún presente en nuestros cuerpos, mentes, en nuestras sociedades y este es el ejemplo claro de cómo el pensamiento colonial aún impera en la mentalidad de los llamados ciudadanos.
Lamentablemente, esto no es nuevo para mí, ya que como mujer racializada no me causa sorpresa. Estoy segura de que tampoco lo es para cada persona negra que se detuvo a leer este pequeño relato y esto resulta ser muy doloroso. Pueden los mestizos progresistas y aliados estar espantados de la maldad y crueldad de la sociedad, de la necropolítica franca implementada hacia nuestros cuerpos, pero para nosotros como afrodescendientes no es nuevo. El dolor del racismo sigue haciéndonos sangrar nuestras espaldas a cada paso que damos en la vida.
Quien me ha escuchado hablar en distintos espacios y quien me ha leído, sabe de mi vida y de mis tantas narraciones que me he atrevido a expresar, Si lo he hecho es para que el silencio no sea cómplice de las atrocidades diarias que suceden, aún hoy, a nuestros niños y jóvenes de ébano, para que algo cambie en la superestructura de la sociedad o para, simplemente, denunciar por nuestro derecho que tenemos a la humanidad, como cada uno de ustedes también lo tiene.
Puedo hablarles de cada crueldad de mujeres y hombres blancos mestizos que se llaman personas de bien ante la sociedad, pastores, sacerdotes, doctores, profesores y líderes al servicio de la más cruel realidad y lo peor que expresa la humanidad. El rostro maligno que me mostró la supremacía racial desde la infancia, así que en lo absoluto mesorprenden los comentarios de la gran parte de la sociedad impregnada del racismo en Ecuador, frente a cuatro niños que cometieron el único delito de ser afrodescendientes y encontrarse en el lugar y momento inadecuados.
Pero para entender la situación en la que nos encontramos no hace falta solo estos relatos de las memorias de mi vivencia de la esclavitud y de la de mis hermanos en pleno cambio del siglo XX al XXI. Es necesario identificar bien qué nos sucede como pueblo y cómo hacemos para salir de esta situación, es necesario analizar el racismo que vivimos a diario y entenderlo.¿Pero qué es el racismo? ¿acaso son los actos aislados discriminatorios en contra de personas de tonalidad oscura? ¿es el linchamiento de un hombre al que se le confundió con ladrón por el populacho? ¿es acaso el no poder coger un taxi en la noche? o ¿el grito lleno de lenguaje despreciable del mestizo cuando mira el fútbol y uno de mis hermanos hace algo bueno o malo en la cancha? ¿es la serie de requisas de la policía y militares a niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres por igual, solo por tener ascendencia africana? ¿es que te griten negra los niños que van en sus recorridos escolares o te lancen cosas? ¿es que una persona se cruce la calle cuando caminas porque podrías ser peligrosa? o ¿que cada depravado piense que tiene derecho sobre ti en cualquier espacio, porque así fueron educados desde que ellos mismos eran pequeños?

Pasan los días y vemos la insolencia y egocentrismo del Estado, ni siquiera han dado una voz de aliento y consolación para las familias enlutadas. En el último debate presidencial el gobernante de turno ni siquiera sabía cuál era el nombre de los niños que fueron ejecutados y que ha causado una conmoción nacional, plantones, caminatas y distintas expresiones de dolor y rabia en las principales calles del Ecuador.No existe una respuesta para las familias de nuestros niños, así como no existe una respuesta para acabar con el racismo estructural que nos afecta directamente. Solo nos queda la resistencia, desde el empoderamiento de nuestros cuerpos, desde la toma de control de nuestras vivencias, desde la organización de nuestros colectivos y comunidades, nuestros pueblos y territorios. Nos queda lo mismo que hace 500 años: resistencia, organización y lucha para conseguir nuestra ansiada libertad. Decía el hermano Malcolm X: “Si no estás preparado para morir por ella, saca la palabra libertad de tu vocabulario”.
por Karla Viteri
Dirigente del colectivo cultural afrodescendiente ‘Addis Abeba’ y del colectivo de mujeres negras ‘Las Kilomberas’