En una oficina abarrotada de libros, pinturas y recuerdos, Alicia Ortega, docente, académica, ensayista y pensadora, reflexiona sobre el momento de la literatura ecuatoriana contemporánea. Con una mirada profunda y crítica, traza un mapa que nos invita a comprender el dinamismo y las transformaciones de la escritura en este país andino durante las últimas dos décadas.
Un momento de riqueza literaria
Alicia abre la conversación con una afirmación contundente: “Estamos viviendo estos últimos años un momento muy rico y productivo en todos sus géneros”. Para sostener esta afirmación, explica que esto se debe al resultado de coyunturas políticas, sociales y afectivas que han tomado relevancia en el contexto social y que influyen de manera determinante en la producción literaria. También anota que, a lo largo de la historia, se ha podido observar “momentos similares de ebullición”. Recuerda la aparición de grupos como la generación de Los Decapitados o Los Cinco como un Puño, quienes, más allá de escribir, cultivaban una camaradería intelectual, escuchándose, leyéndose y apoyándose mutuamente. De igual manera, esto lo hacían desde una pluralidad de roles que aportaron riqueza a sus creaciones -como literatos, periodistas o militantes políticos-. Esta es una dinámica que, según esta pensadora, guarda mucha similitud con esta nueva generación de escritores y escritoras que no solo se dedican a la ficción, sino que son también gestoras culturales, docentes, poetas, ensayistas, etc, y que, de igual manera, trabajan el lenguaje desde múltiples enfoques enriqueciendo la creación artística contemporánea.
La escritura que emerge desde la herida
Una de las ideas más poderosas que Alicia Ortega comparte es su noción de la escritura como una respuesta visceral a las fracturas del mundo. “La escritura está ahí, en la cicatriz, en la herida”, enfatizando que la literatura contemporánea no puede separarse de los dolores colectivos e individuales que marcan nuestra época. Para ella, cuando el mundo se “resquebraja”, la escritura ofrece una forma de sostenerse, una manera de coser los pedazos rotos y construir relatos que inevitablemente serán híbridos y fragmentados.
Este enfoque resuena profundamente en autoras como Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero, quienes, desde sus obras Nefando y Pelea de Gallos, respectivamente, exploran las heridas infligidas por la violencia familiar, la opresión de género y el dolor íntimo. A ellas se suma Sandra Araya, cuya escritura emerge desde lo oscuro y lo sórdido, creando narrativas que obligan al lector a enfrentarse con las sombras de la condición humana.
También menciona a importantes figuras como Daniela Alcívar, Gabriela Ponce y María Auxiliadora Balladares. Para Alicia, cada una de ellas están en diálogo desde más de un lugar, escriben desde su propio campo de batalla, cuestionando y replanteando conceptos tradicionales como la familia, la infancia o el hogar, temas que, a través de la literatura, son revisitados con una crudeza y autenticidad que desmitifican las estructuras convencionales.
Una escritura colectiva y militante
Uno de los puntos más destacados de la conversación fue la relación entre la literatura ecuatoriana y los movimientos sociales contemporáneos. Para Alicia, el público que se acerca a estas obras está marcado por una conciencia política y social aguda y por un compromiso con causas sociales como la lucha ecológica, el feminismo y los derechos de las diversidades sexuales. Estos temas, dice Alicia, “están en la calle” y la literatura no se limita a observarlos desde una torre de marfil. Muy por el contrario, Ortega celebra el hecho de que los autores y autoras actuales sacan la literatura de la sacralidad decimonónica y la llevan al ámbito de lo cotidiano, lo afectivo y lo visceral.
Este alejamiento de la literatura de las “buenas letras”, o de la literatura como un producto exclusivo de una élite cultural, es para Alicia una tendencia positiva. Autoras como Gabriela Alemán, desde la crónica periodística, y Yuliana Ortiz, desde su escritura que desmitifica la familia y otros aspectos fundamentales de la sociedad, han ayudado a romper estas barreras y llevar la literatura a espacios sensibles y urgentes. Al respecto, menciona: “Antes no se hablaban de ciertos temas por defensa de la familia, pero ahora es una suerte de desmontar, exponer, mostrar, trabajar con el cuerpo, con la herida, con el dolor”. En este sentido, la escritura emerge, desde esos espacios vulnerables, en los márgenes, en las fisuras del orden establecido.
El ensayo y la crítica literaria como géneros en auge
Alicia también señaló un renacimiento del ensayo como género, destacando nombres como Santiago Cevallos o Diego Chamorro. Estos autores, a través de sus ensayos, abordan temas que van desde la relación entre lo humano y lo animal, hasta la crítica literaria contemporánea, pasando por la cultura ecuatoriana y la paternidad. Este momento del ensayo ecuatoriano, según Ortega, es clave para pensar el presente desde una conciencia crítica, algo esencial en un tiempo marcado por las crisis ambientales, sociales y políticas.
La precariedad como impulso creativo
A pesar de la riqueza literaria actual esta catedrática no deja de mencionar que la literatura y la cultura en general siguen ocupando “espacios menores en la sociedad”, además un casi nulo apoyo del Estado en estos temas. Sin embargo, en lugar de ver esto como un impedimento, lo percibe como una oportunidad. La precariedad, según Alicia, impulsa la creatividad. Desde esos márgenes, desde esa marginalidad y, citando al pensador Alejandro Moreano, desde ese “sótano” donde se relegan las prácticas culturales, surge la posibilidad de ensayar pensamientos críticos liberadores. Es precisamente en estos espacios donde la literatura encuentra su fuerza, incluso para generar debates incómodos, especialmente en temas tan urgentes como el abuso y el acoso sexual, temas que esta escritora no duda en confrontar.
Una literatura vital y expandida
Al concluir, Alicia Ortega subrayó que la literatura ecuatoriana de hoy es una fiesta, una celebración del lenguaje y la vida. “La calle, el cuerpo a cuerpo, lo real sigue siendo parte de nuestras vidas”, dijo, refiriéndose a cómo la escritura no sólo refleja, sino que interviene activamente en la realidad. Esta literatura que se despliega desde zonas sensibles, que tiene capacidad para generar diálogo y conciencia, es ahí donde radica su mayor potencia.
La conversación con Alicia nos deja una imagen clara: la literatura ecuatoriana en el siglo XXI es un campo en plena expansión, marcado por la diversidad, la resistencia y la capacidad de transformar los dolores y las fracturas del presente en palabras que nos interpelen a todas y todos.
por Públicos
Revista de artes y pensamiento