Las dudas están centradas en dos supuestos debates: la cultura como espectáculo y las culturas como expresiones de una complejidad, de la diversidad y, sobre todo, de las múltiples identidades sociales que se entrecruzan en nuestros territorios geográficos, virtuales y académicos.
¿Y por qué dos supuestos debates? Sí, porque los esfuerzos y caminos recorridos han dado suficiente como para no estancarnos, para ir más allá en la conceptualización de lo que vivimos ahora, como una expresión de una interculturalidad más que probada, más que discutida y también: ¿más que agotada?
Sin duda alguna: la comercialización del arte y las culturas, en un mundo marcado por el mercado y por el capitalismo, de modo global, nos advierte y convoca a una mayor reflexión de esos temas en nuestras realidades cercanas, regionales, locales y transnacionales. Y, por cierto, en esa dirección es que no hay encuentros y tampoco sustentos para otro tipo de debates. Lastimosamente la polarización política, la arremetida del neoliberalismo y la ausencia de políticas públicas claras y solventes, nos trastocan lo fundamental: cómo se está gestando un nuevo sentido de las estéticas, de las expresiones artísticas “en general” y los posibles desafíos para abrir nuevas corrientes de acción y pensamiento en nuestra compleja diversidad.
De ahí que en Públicos. Revista de artes y pensamiento podamos reconocer esa necesidad de pensar más allá de la lógica del mercado y de un espectáculo agotador. Quizá sea posible -como lo hacemos en este número- una observación mucho más abierta y desde otros actores para avizorar un pensamiento de eso que no deja de ser todavía, para muchos, algo ajeno: la interculturalidad, no solo a partir de la ancestralidad, sino de lo que se está haciendo en las nuevas generaciones y sus “experimentos” en cada uno de los géneros y registros.
Ahora se han expandido los pensadores que colocan al espectáculo como el modo más violento, sostenido y legitimado de dominación que no requiere de adoctrinamiento o “cátedra”, sino de pasar
horas de horas en el celular, en las pantallas y en la “conversación pública” alrededor de lo banal y trivial, para escaparse de la política y, por supuesto, de la realidad.
Nos formatean de tal modo que no podemos siquiera entrar a dialogar desde otros pensamientos, pues sería anquilosarse y/o instalarse en un museo de antigüedades que nadie visita porque huele a naftalina. Esa disciplina es, otra vez, no pensar: solo sentir emociones, vertiginosas y siempre insaciables.
De ahí hay que preguntarse: ¿Es posible abrir nuevos soportes culturales y artísticos para conmovernos y conectarnos desde nuestras “verdaderas realidades”?
Ya no importa, al parecer, que la sustancia del espectáculo contenga la obra y la trayectoria, el estudio o la carrera.
Sin más, cualquiera puede “triunfar” e instalar una “corriente artística” para obligarnos a pensar sobre el fenómeno ocurrido el fin de semana pasada que el próximo puede desaparecer porque aparecerá otro.
Por “suerte”, en nuestros pueblos y comunidades, algo queda. Tenemos aún la leve esperanza de contar con unos “carnavales” de nuestras tradiciones que, no siendo ajenos al impulso del mercado, de la comercialización misma, nos alienta a unos encuentros en espacios, muchas veces precarios, que deben competir con los grandes conciertos o los multitudinarios eventos. Pero no importa, no se trata de folclorizar al espectáculo popular, pero sí de ubicarlo en el momento donde queda marcado como un hecho de la agenda cultural que hay que cumplir desde las entidades públicas o “gracias al auspicio” de la empresa privada.
Entonces podríamos pensar que hay un mundo que está muriendo, que lo queremos enterrar y vivir el duelo sin imaginar el mundo que podría nacer (o ya nació) y no lo entendemos y tampoco lo podemos expresar en pensamiento, arte, cultura, política o simplemente en espectáculo.
por Públicos
Revista de artes y pensamiento