En el sur de Quito, junto a la quebrada del río Machángara, en la terraza más alta del actual Museo Interactivo de Ciencia (MIC), hay un huerto de plantas medicinales sembradas en forma de espiral. Semillas de menta, ruda, manzanilla, paico, tilo y ortiga vinieron de las manos de mama Rosita Cabrera, respetada lideresa y sanadora de la comuna ancestral de La Toglla.
¿Por qué en espiral? Según la medicina ancestral, el altar ritual en forma de chakana inicia con el dibujo de un caracol en sentido opuesto al movimiento de las manecillas del reloj. Dentro de la cosmovisión andina, el Cosmos y su equilibrio se representan en la chakana o cruz andina, escalera que une el mundo humano y lo más elevado.
El caracol o churu en kichwa, representa también el espacio —tiempo. A veces, parece todo repetirse, pero es el acercamiento entre el pasado y el presente. Nada escapa a la divina proporción de la espiral áurea: animales marinos, la distribución de los pétalos de ciertas flores, una piña, las ramas principales de un árbol y su tronco, las semillas en los girasoles, los violines y el Partenón de Atenas; la distancia entre el ombligo y la planta, la comunidad y sus sueños.
En agosto de 2022, cuando se presentó el informe de verificación de violación de Derechos Humanos, durante el Paro Nacional en Ecuador ese año, mama Rosita fue la encargada de dirigir la puesta en escena de una chakana ceremonial en el salón comunal de La Toglla. Fue la única mujer sabia que participó en el ritual dedicado, en cuerpo presente, a Inocencio Tucumbi, dentro del Ágora de la Casa de la Cultura en Quito. El ataúd de Inocencio Tucumbi se veló en el centro del dolor y la rebeldía de un Paro Nacional que había empezado en octubre de 2019. Y las mujeres secaron sus lágrimas con las largas trenzas de sus cabellos negros.
¿Por qué es importante contar de quién vienen las semillas? ¿Por qué es importante decir por el nombre a las y los hacedores de la espiral? La construcción del relato que conformará la Historia está siempre en disputa. Por lo general, la Historia la cuentan los vencedores. Pero el tiempo da la voz a los vencidos. Y tal como sucede en la novela del escritor mexicano Mariano Azuela, la historia contada desde Los de Abajo, puede incidir en la construcción de un proyecto de nación única hasta la percepción del humano en el espejo.
Mama Rosita Cabrera es guardiana del fuego, conocedora del herbolario y rumores del viento. Sabe leer los mensajes del agua y convoca a wayra para expandir los buenos mensajes. Ningún Yachak o mujer sabia camina el espiral del tiempo sin dejar huella y transmitir conocimientos. Por eso, es importante mantenerse en contacto con el trabajo de la tierra y el trabajo en comunidad.
Las plantas que sanan y crecen en espiral, vinieron de manos colectivas, de territorios que permanecen en lucha y resistencia. La Toglla es una comunidad descendiente del pueblo ancestral Kitu Kara, ubicado en el cerro Ilaló, de la parroquia Guangopolo. Cuenta con el reconocimiento de su carácter colectivo desde 1839. Ha sido desde siempre, un bastión de dignidad del movimiento indígena.
Por primera vez, la Toglla contará con un Centro de Desarrollo Infantil, Quito Wawa, en 2024, para 36 niñas y niños, quienes recibirán atención en salud, nutrición y educación bajo un enfoque intercultural, gracias a un convenio de cooperación con el Patronato San José del Municipio de Quito. ¡Es una gran noticia!
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—Les pido que en estas dos horas confíen en mí y podamos hacer juntos ejercicios de escucha y conversación —me dirijo a los asistentes del taller para reporteros populares entre 13 a 41 años de edad en la Casa Somos de Tumbaco.
Miro a los ojos a Eduardito cruzado de brazos y casi dado por vencido y a Ana, y a todos les doy un fuerte apretón de manos. Formamos un círculo y pido:
—Cierren los ojos. Respiren hondo y exhalen. ¿Cómo serían cada uno de ustedes si fueran un árbol, de qué altura y follaje? ¿Cómo serían si fueran un océano o una montaña? —Conduzco este momento de introspección hasta lograr que se conviertan en aves y abran los brazos como si fueran alas. —Y ahora que son aves y vuelan alto, pido bajen hasta la tierra, a este salón en medio de una plaza de Tumbaco y puedan abrir sus ojos y conversar con otros seres que también pueden volar igual de alto.
Este ejercicio da buenos resultados. Al cabo de dos horas, los más jóvenes y los más grandes intercambian historias sobre sus abuelas y abuelos. Algunas de esas historias son tristes y otras muy graciosas. En particular, la historia de la radialista comunitaria de 41 años nos lleva al diario imaginario de una niña que disfruta del paseo dominical con su abuelo. Justo ahí, en la plaza de Tumbaco, la pequeña nieta escucha:
—Nunca olvides que siempre puedes alcanzar las frutas del árbol —el abuelo, gran árbol de ternura, abraza a Paty y todos en el salón sentimos la presencia de un ancestro que cuida.
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Para escribir crónicas que guardan memorias de lucha y resistencia, recurro a los géneros periodísticos por excelencia como la noticia, reportaje, entrevista, perfil, y a los llamados “marginales”: anécdota, diario, nota, entre otros. Imagino que puedo construir una carta de navegación de una comunidad a través del testimonio y la experiencia personal de un protagonista.
Mujeres, niños, adultos mayores, migrantes y otros grupos vulnerables son las voces que elijo para levantar la constelación y guiar mi embarcación a través de la oscuridad y el mar como hacían los antiguos navegantes.
Escribo este fragmento de una carta de navegación en la Historia desde las inmediaciones del espumoso y contaminado río Machángara, mirando por una ventana de la ex fábrica textil ‘La Industrial’ en el barrio obrero de Chimbacalle, en la avenida Maldonado, una calle de mil años. Desde este sector partieron varias huelgas de obreros cuando se trabajaba seis días a la semana por turnos de hasta 16 horas hacia la Plaza Grande.
Este año, el pueblo Kitu Kara y movimientos sociales presentaron una acción de protección ante el Juez Constitucional de Pichincha. La medida busca salvaguardar los derechos del río Machángara y de las 54 quebradas que lo alimentan. La calidad del agua presenta un preocupante 2% de oxígeno disuelto en algunos de sus tramos, muy por debajo del mínimo necesario para el consumo animal y vegetal. Además, se registra una alarmante presencia de aceites y grasas, así como la identificación de al menos 29 familias virales en sus aguas.
Para contar historias de alto impacto para nuestra sociedad, no necesitamos ir a la guerra. Basta con voltear a ver por la ventana, escuchar a los vecinos del barrio, preguntarse de dónde viene el agua y los alimentos que sostienen a la capital. Este es el periodismo que la sociedad demanda con urgencia para prevalecer como granos de una misma mazorca.
por Gabriela Ruiz Agila
Escritora y periodista