El concepto de nuevos lenguajes de la cultura nos invita a reflexionar en el gran banquete de (re)producción, circulación y zumbido de las bichas e insectas que pasean alrededor de la estética hegemónica y normativa del arte contemporáneo. Paredes y manteles blancos decoran la histriónica escena que ha convertido al fomento de las artes y la cultura en la alfombra roja de la necropolítica en el Ecuador. Curiosamente, el gran banquete se organiza de forma privada y con fondos públicos, se juntan chefs internacionales de exquisitos paladares, se trata de un bufete que esconde muy bien sus técnicas de cocción y selección del menú; sus ingredientes son tan finos que nadie entiende bien el nombre de los platos elegidos, incluso se utilizan títulos en alguna lengua ancestral para decorar mejor la presentación final. Tampoco se dice nada de los platos desechados que no han sido seleccionados para esta gran degustación privada. Banquetes creados para satisfacer al jet set del arte acomodado. Bajo esta premisa nos preguntamos, ¿hacia dónde va este desfile del arte blanqueado y porque la alfombra del privilegio se despliega con fondos del Estado?
Es preocupante e indignante que los espacios donde se vuelve público el arte, continúen en manos de los pocos y privilegiados sapiens del arte que llenan graderíos como en el coliseo romano para determinar quien debe morir y quien debe surgir.
En la arena de esta lucha campal, de quien es artista y quien no, estamos todas, esta es una especie de juegos del arte donde peleamos por las migajas que nos dejan las influyentes y poderosas crème de la crème de las artes, quienes por supuesto, solo se rodean entre ellas, se susurran entre ellas y se contemplan entre ellas. Las crème de la crème han acaparado la vitrina del arte en Ecuador y lucran de ella; la vitrina comprende una red de espacios institucionales donde también han acaparado los cargos oficiales; cada año organizan una copia mal hecha de una gala maltrecha que se celebra entre la élite y los vestidos de seda, los micrófonos se llenan de palabras vacías y los aplausos intentan ocultar los silencios de quienes no están y de quienes estamos, en la incomodidad, porque es, para algunos, imposible comprender que se rinda pleitesía a la misma burguesía, imposible aceptar que artistas que se sientan a las afueras de estos banquetes privilegiados, con sus artes, investigaciones y trayectorias, terminarán borrados de la historia y sus obras se archivarán en el olvido de la memoria.
Asistimos así, a la gala del extractivismo cultural, una obra de arte de la colonización contemporánea, donde somos despojadas de nuestros ritos, prácticas, cosmovisiones y resistencias; blanqueando todo lo que creamos y colocando en pretenciosos textos, investigaciones, publicaciones, pedagogías, curadurías y creaciones, las reglas y condiciones que impone sobre nuestros lenguajes la real academia de la hegemonía y sus lógicas importadas de lo que se supone debe ser el arte contemporáneo. Se trata de la conquista y la devastación del arte y la cultura ecuatoriana, disfrazada de premio avalado y encerrada en una gran vitrina de vidrio templado, donde ni las moscas pueden entrar, pero nosotras, las disidencias, kamikazes del arte y la política, vestidas de blanco y con olor a plástico recién fabricado, deambulamos lento a su alrededor, gritamos en silencio con nuestra existencia y permanecemos en el reflejo de sus vidrios blindados, donde jamás nos podrán borrar.
¿Cuáles son los nuevos lenguajes de la cultura? Tal vez pronunciarlos sea simplemente un acto esnobista. Quienes vivimos en las cloacas y catacumbas de la insurrección, entre las tinieblas de la creación, sabemos el dolor que causa en nuestros ojos, recibir la luz directa del reflector, nos duelen los ensayos sin pago y tener que trabajar con presupuestos apretados para mostrar arte politizado, nos duele sostener las dinámicas impuestas de la competencia neoliberal para probar legitimidad, ¡nos duele y soportamos! porque es ahí, en la resistencia al dolor colonial, en el poder que hemos encontrado en el rechazo, la negación y la no-resignación que podemos seguir existiendo, es ahí que el arte disidente encuentra grietas de libertad y trans-truye deseos de emancipación.
¡Nuevo premio, misma gente! Procesos que no se ven claramente y premios que desde su creación fomentan las brechas de clase y exclusión. Los recursos públicos trazan las estéticas de los intereses privados y los caudillos de turno tranzan los premios y lanzan discursos trillados. Un boceto bien hecho del crimen perfecto. ¿Creación o extractivismo? ¿Apreciación o apropiación? ¿Nuevos lenguajes de la cultura o viejas prácticas coloniales?, hay premios que representan un insulto para los procesos culturales latinoamericanos y al arte resiliente de nuestras ancestras. ¿Cuál es la función del arte en tiempos de genocidio contemporáneo?, tiempos donde miles de niñas y niños reciben misiles a diario, seres humanos que están siendo asesinados mientras se escribe este enunciado; la muerte de nuestra hermanas es también la muerte del arte y la muerte del arte es la muerte de nuestra sociedad; en los tiempos modernos seguir viva ya no es un acto de supervivencia sino de rebeldía, así mismo con el arte, hacer arte debe ser un acto de insurrección, el arte contemporáneo debe buscar las formas de sostener la vida y devolver-nos la humanidad perdida.
¿Acaso el extractivismo cultural y el borramiento sistemático de nuestras existencias también son arte?, ¡nunca en esta realidad se podrá hablar de nuevos lenguajes de la cultura!, porque sus lenguajes son los mismos de siempre, nos están borrando con sus obras; investigaciones y curadurías; nos están borrando y solo nos queda el derecho a la venganza, como canta Susy Shock. La venganza nos pertenece, porque son demasiados años de borrar nuestra existencia, porque sus risas falsas y sus brazos caídos nos queman la piel y los oídos, porque su sangre es fría y su fuego no produce calor, y porque la hegemonía blanca debería quedarse en la banca; las premiaciones no deberían circular únicamente en el mundillo artistoide de las grandes ciudades, deberían circular también entre los mercados populares; entre los comerciantes informales; entre los habitantes de calle; entre las maricas y trabajadoras sexuales, entre lxs ancianxs que se sientan a pasar el día en la plaza grande.
Nosotras, las maricas, las torcidas, las travestis, las cuerpas no reconocidas, nuestras pieles y nuestras fluidas somos patrimonio, arte y política, y estamos aquí para gritar que nos están borrando de las memorias y no vamos a callar hasta que nuestra pura existencia les provoque incomodidad, porque ser aquello que les incomoda será nuestra revancha. Seguirán brindando y el genocidio perpetuando, y nosotras seguiremos siendo el vino que escapa de sus copas para manchar los manteles blancos. ¿De qué nos sirve el arte si no es politizado? El arte en todas sus dimensiones, sin política crítica, nos convierte en figuras de porcelana que solo adornan y no dicen nada. Nosotras somos arte contemporáneo; bombas molotravas de la cultura; somos moscas, pulgas y zancudas; monstras salidas del averno, somos las travestis del infierno; nosotras somos arte en cada mirada, en cada taconeo y en cada brillo de nuestro besuqueo.
Es indispensable la democratización de los espacios y la redistribución de los recursos, vitalmente los de acceso público, que no pueden limitarse a la invitación de transitarles u observarles; es necesarísimo incluir otras formas de arte y contemporaneidad para no seguir perpetuando las distintas prácticas de extractivismo neocolonial en Ecuador. Las disidencias del arte estamos cansadas de ser el objeto de sus investigaciones, las musas de sus obras y las fuentes con las que llenan sus publicaciones, estamos cansadas de abortar obras institucionales para que procesos carroñeros devoren los sacos gestacionales; cansadas de producir y (re)producir sin pago ni reconocimiento, y por eso, invocamos a los vientos: ¡los blancos colonizadores que se apropian de nuestros florecimientos no deben recibir premios sino azotamientos! Entre las pieles de quienes habitamos el arte que se hace desde el grito y la denuncia, aquel arte que camina por las calles sucias, que habita las casas en ruinas y que se opone a las doctrinas, aquel arte que mira hacia el abismo de una multitud blanqueada y escupe con la mirada; nosotras, las amebas insumisas, terroristas del género, brujas andinas; sabemos que nuestra alegre rebeldía es trinchera para desterrar el odio y la apatía; que nuestros lenguajes de furia y celebración infectarán la cultura de monstruosidad e insurrección, y que nuestra victoria es transformar el miedo en fuerza de sanación; disfrutar de una tarde de sol ardiente y una infusión de cedrón caliente; comer, beber y vivir porque nuestra mayor venganza es (re)existir. ¡No más blanquitud en el arte!, que la sangre manche el lienzo blanco, que la arcilla se devuelva al fango, que la escritura salga del margen, la pintura desborde el marco, la escultura se rompa en mil pedazos y la performance reivindique el fracaso; por la emancipación de los pensamientos, la autonomía de nuestras cuerpas y la libre expresión del arte, abrazamos la rabia y seguimos zumbando.